Image: La Filosofía del Límite de Eugenio Trías

Image: La Filosofía del Límite de Eugenio Trías

Opinión

La Filosofía del Límite de Eugenio Trías

por Jacobo Muñoz

28 abril, 2005 02:00

El Museo del Prado acaba de presentar restaurado este óleo de Carracci, Venus, Adonis y Cupido (1588-1590)

Como toda filosofía digna de ese nombre, la Filosofía del Límite es un mapa del Mundo, uno de los muchos mapas -o recreaciones- posibles de una realidad máximamente compleja, literalmente inagotable en su dinamicidad constitutiva, de la que nadie podrá procurar nunca el mapa total. Es, por decirlo ahora con palabras del propio Eugenio Trías, la propuesta activa y creadora, siempre en construcción, siempre en proceso de revisión, siempre in itinere, de "una síntesis capaz de trazar, en forma de idea filosófica, el boceto vivo de lo que existe".

El punzón con el que Trías ha burilado ese boceto se confunde con la vieja y venerable idea de límite. Una idea de singular peso ontosemántico que inviscerada en el cuerpo material de sus desarrollos positivos modula y diferencia las filosofías de los grandes, de Platón a Wittgenstein y de Kant a Heidegger, y que Trías ha "recreado" en un sentido original y -como su propio mapa revela- fructífero. Si una impenetrable frontera de-limita, en efecto, en Platón el diamantino reino de la ciencia genuina o episteme frente al de mera creencia o doxa, construido sobre arenas movedizas, una línea no menos ferrea se alza, separando entre sí nítidamente ambos ámbitos, en el primer Wittgenstein, entre lo que puede decirse y lo que sólo puede mostrarse, entre los significativo y el sinsentido.

Y no otro designio late bajo la decisión kantiana de averiguar, mediante la autocrítica de la razón, hasta donde alcanza el saber y dónde comienza, cruzando el límite, la creencia, o bajo el abrasador deslinde heideggeriano -frente a la metafísica clásica- entre el mero habérselas conceptualmente con el ente y el habérselas con el ser. E igual ocurre, por acabar sin acabar del todo, con el "criterio empirista del significado" de la primera época del Círculo de Viena, o con la "línea de demarcación" tan característica del racionalismo crítico de inspiración popperiana. Con la particularidad, sin embargo, de que en todos estos casos la idea de límite cumple una función crítico-negativa, ejercida desde el designio, tan básico como clásico, aunque sumamente potenciado en la modernidad, de diferenciar siempre, de enjuiciar, de remover, y "dar" (y pedir) "razón", de discernir y demarcar, de no aceptar, en fin, aserto alguno sin una previa indagación de sus condiciones de validez y de sentido. O lo que es igual, de llevar la razón a la conciencia de sus límites. O de mantener el pensamiento, como quería Zaratustra, "dentro de los límites de lo pensable", coincidentes para él con los de la propia "voluntad creadora".

Tras su explícita recreación -o repetición creadora- por Trías a lo largo de las últimas décadas, el límite deja de ser muro para ofrecerse como puerta. Asume, pues, una función positiva, como corresponde al filosofar "afirmativo" por el que el autor de Los límites del mundo se decanta: un filosofar "capaz de tensar el pensamiento hasta el orden sumamente abstracto de las ideas ontológicas, con el fin de procurar una visión, lo más ajustada posible, del movimiento mismo de la vida y del devenir, de lo radicalmente singular y concreto". Ahora bien, ¿puede ser esa visión, una vez objetivada, otra cosa que un mapa del Mundo en cuanto espacio/tiempo de ese movimiento? ¿Acaso no es precisamente ese mapa el que permite la expresión de lo singular y concreto en un plano ideal y universal? ¿No es ese mapa la obra a la que fatalmente debe aspirar todo "filósofo-intérprete" decidido a colocarse ante el texto del mundo en una actitud "activa y productiva", pero también" radicalmente receptiva"?

La propuesta ontológica de Eugenio Trías encuentra, como bien es sabido, una formulación decisiva en Los límites del mundo, en cuyo frontispicio queda enérgicamente inscrita la doble tarea asumida: "enunciar y decir lo que el ser es" y "decir qué es la verdad". En principio algo ya hecho, al menos en lo que afecta al ser, en Filosofía del futuro, donde el ser era determinado, y a la vez iluminado en su componente trágico, como "devenir o suceder": "singular sensible en devenir derivado de un fundamento en falta y referido a un fin sin fin". Y, por otra parte, también podría sugerir continuidad la presencia viva en Los límites del mundo, en forma de "proposición filosófica", del "principio de variación" en cuanto principio que rige "la unión sintética inmediata y sensible del singular y lo universal propiciada por la recreación" expuesto en Filosofía del futuro. Y, sin embargo, nada de todo ello debería velar o invitar a pasar por alto la genuina ruptura onoepistemológica, por así decirlo, que se abre en Filosofía del futuro, la más decididamente "materialista" o "inmanentista", para ser más precisos, de las obras de Trías, y Los límites del mundo.

El mapa del Mundo que surge de entre las páginas de Filosofía del futuro es el mapa de un universo cultural. [...] Se diría, en principio, que el mapa que ahora ofrece nuestro cartógrafo consta de cuatro continentes, identificables cada uno de ellos con la experiencia de un orden de sucesos (físicos, morales, éticos, estéticos e históricos) que el sujeto hace del mundo, y de la que saca unas consecuencias. Y, sin embargo, el mapa va mucho más allá. Tan lejos como para sustantivar en algún sentido, con la ayuda de la idea, debidamente positivada, de límite, y bajo el hechizo de esa sombra de este mapa que es lo nouménico kantiano, esos órdenes de experiencias en "mundos" entre los que se da una "verdadera discontinuidad". Y que aumentarán luego en número. Y va también tan lejos como para asumir la posibilidad efectiva, garantizada por unos "vestigios visibles" dentro del cerco de lo que se puede comprender y decir, o lo que es igual, del "propio mundo", un mundo cuyo límite -el límite del mundo- es lo que define, precisamente, aquello que cabe conocer y decir, "de un salto". De un acceso allende los límites del conocer y del decir a un "allí ninguno" en el que "subsiste, inmarcesible, silencioso, metafísico, lo que rebasa los límites del mundo, lo que desborda el cerco y el confín: el otro mundo". Un acceso que resulta, por cierto, posible, que nos es posible, por nuestra condición de seres fronterizos, de límites, nosotros mismos, del mundo, "con un pie implantado dentro y otro fuera" y que pone en marcha una experiencia específica. Una experiencia al hilo de la que se cruza el cerco y se accede a lo trascendente: la experiencia del hecho moral bajo la forma del sentimiento de culpa y del propio sentimiento del deber. La experiencia, en fin, que nuestro cartógrafo asume como experiencia llamada a fundamentar la posibilidad de apertura a un "campo objetivo de expresión" que determina como "segundo mundo" o "·mundo ético". Estaríamos, pues, ante un mapa de los mundos que comprende el Mundo... y su más allá. Un mapa de un vasto y plural territorio de-limitado, pero abierto por eso mismo a lo que queda del otro lado. Un mundo cuyo ser pasará a ser, en consecuencia, el "ser del límite", siendo un límite del mapa -su puerta y su muro a un tiempo- lo que conferirá activamente un sentido a ese ser, oficiando de razón del mismo. De "razón fronteriza", por tanto, como fronterizo es el sujeto que en él tiene su morada. Y más allá de ese límite, el misterio.

[La filosofía del límite. Debate con Eugenio Trías (Biblioteca Nueva), volumen coordinado por Jacobo Muñoz y Francisco J. Martín, aparece la próxima semana]