Image: ¿Banco de textos o biblioteca digital?

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Opinión

¿Banco de textos o biblioteca digital?

por Darío Villanueva

28 julio, 2005 02:00

My comrade, 2003, de Carrie Moyer se puede ver en la muestra USA hoy de la galería Marlborough de Madrid

De vez en cuando, nuestro mundo de los libros y la literatura nos proporciona sorpresas, incluso agradables. Por ejemplo, que en la antesala del IV Centenario del Quijote de 1605, Harold Bloom haya hermanado, en su último ensayo de pretencioso título, a Shakespeare y Cervantes, situándolos hombro con hombro entre las parejas de autores en los que funda su concepto de literatura sapiencial.

Ante semejantes valoraciones, no deja de resultar sorprendente que Bloom reconozca ahora que si el dramaturgo inglés, creador de grandes personajes solipsistas, "nos enseña cómo hablar con nosotros mismos, pero no con los demás", Don Quijote y Sancho conversan y se escuchan de verdad el uno al otro, y cambian en virtud de esta interacción, lo que constituye no solo el eje compositivo sino la gran lección implícita en nuestro mayor aporte al canon de la Literatura universal.

En otras oportunidades, sin embargo, las noticias vienen acompañadas de incertidumbre. Así, a principios de abril trascendió a la opinión pública el proyecto del buscador Google consistente en volcar a la red, con carácter abierto, quince millones de libros procedentes de entidades públicas como bibliotecas, universidades u otras instituciones culturales. El nombre de alguna de ellas ha trascendido ya, como es el caso de la Universidad de Michigan, que ha firmado un contrato en junio pasado para digitalizar todos sus libros en dos copias, una para la casa de estudios y otra para el buscador. Se menciona también el montante económico de toda la operación con éste y los demás proveedores de fondos bibliográficos: 150 millones de dólares.

La reacción europea no se ha hecho esperar y ha partido, como cabía suponer, de la Francia de antes del referéndum. Tras unas declaraciones iniciales de Jean-Noël Jeanneney, presidente de la Bibliothèque Nationale Française, advirtiendo de lo que esto representaba desde el punto de vista de una posible hegemonía cultural, el presidente Chirac tomaba cartas en el asunto apuntando que cumplía dar una respuesta desde Europa a este envite, respuesta que no significa ir contra nada ni contra nadie sino a favor de la diversidad cultural y de que exista un punto de vista europeo en la globalización del conocimiento que Internet están propiciando a ritmo acelerado (recordemos el shock que en su momento produjo el que el M.I.T. pusiese en red y en abierto gran parte de los materiales didácticos de sus cursos). De hecho, Francia dedica quince millones de euros anuales a la digitalización de su patrimonio cultural, pero la iniciativa de nuestros vecinos desea contar -según sus propias declaraciones- con la colaboración británica, alemana y española.

Mario Vargas Llosa, presidente de la Fundación de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, recordaba, a la sazón, cómo España podía responder a la demanda francesa y al reto de Google con una realidad ya asentada, y no solo con proyectos. La Biblioteca Virtual que lleva el nombre de nuestro clásico (www.cervantesvirtual.com) se creó en 1999 en la Universidad de Alicante con el apoyo de la Fundación Marcelino Botín y el Grupo Santander, y hoy en día se ha extendido a ocho países iberoamericanos -Argentina, Brasil, Cuba, Ecuador, México, Paraguay y Venezuela- que son proveedores de textos y asiduos usuarios de la propia biblioteca. Cuando Google anunciaba su proyecto, cervantesvirtual.com recibía, en el mismo mes, ocho millones de consultas, casi el sesenta por ciento desde el otro lado del Atlántico.

La proclama francesa vino a sugerir que tareas como la que estaba desarrollando la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes tienen el potencial de un auténtico proyecto de Estado, por no hablar de empresa transnacional, paneuropea. Si en aquel momento esta expresión pudo sonar un tanto grandilocuente, en pocos meses los acontecimientos desencadenados vinieron a llenarla de sentido. En efecto, a la hora de colaborar a cuatro bandas -Francia, Reino Unido, Alemania y España- para que Europa no quede fuera de la nueva globalización bibliotecaria virtual, nosotros, modestamente, no estamos in albis. El Gutenberg Project (www.gutenberg.org), que fue en su día pionero, ofrece ya quince mil títulos, pero nuestra Biblioteca está a punto de alcanzar esa misma cifra, y en su dirección y sostenimiento participan Universidades públicas, fundaciones, grupos financieros y otras entidades empresariales privadas, amén de Ministerios como los de Educación, Cultura y Trabajo, la Generalitat Valenciana, el Instituto Cervantes, la Real Academia Española y asociaciones profesionales de editores y libreros.

Por lo tanto, creo que estamos en condiciones de dar respuesta también, desde nuestro propio país, y mancomunadamente con nuestros socios europeos e iberoamericanos, al nuevo horizonte cultural que se está configurando. Haciendo uso del manido símil, va a pasar por nuestro apeadero un tren histórico, y no estamos en condiciones de perderlo. No hay, por otra parte, que improvisar nada para ello. Se trata, simplemente, de reforzar lo ya existente, que ha alcanzado por lo demás una repercusión en la red que se justifica en prometedoras cifras en cuanto a los usuarios de www.cervantesvirtual.com a lo largo y ancho del mundo. Si hay que modificar determinada estrategia o implementar alguna nueva medida, sobre todo para garantizar todavía más el respeto a los derechos de autor y la pervivencia del libro, basta simplemente con plantearlas desde la voluntad de aunar esfuerzos y de porfiar porque las culturas hispánicas y las culturas europeas no aparezcan desconectadas ni pierdan el lugar que les corresponde de pleno derecho en la Galaxia Internet.

Ante la aparente modestia de los dígitos que nosotros manejamos en comparación con las magnitudes millonarias como las que se han mencionado, es de justicia establecer una distinción determinante. No es lo mismo elaborar un gran banco de textos bibliográficos puesto en red mediante la mera digitalización facsimilar de los libros originales que construir una auténtica biblioteca virtual, concebida para prestar a sus usuarios deslocalizados los mismos servicios de una biblioteca tradicional. No se trata, solamente, de la información y la orientación necesarias para transitar con garantías de éxito por la frondosa selva de la producción escrita que hemos ido acumulando a lo largo de milenios. Hay que proporcionar, también, toda una amplia gama de herramientas lingöísticas e hipertextuales que aportarán un valor añadido al de la mera existencia de una determinada obra en Internet. Una biblioteca virtual debe ser, en sí misma, una construcción intelectual enriquecedora, y no un mero almacén virtual de textos. Claro que este desiderátum exige, con toda certeza, un lapso considerable de tiempo e inversiones que pueden dejar corta toda inversión aparentemente espectacular. Se le ha achacado a Internet una cierta confusión entre información y conocimiento, así como el peligro de provocar una especie de infocaos que, en lo que a las literaturas se refiere, sería fatal en un momento muy delicado, cuando una poderosa mediación industrial puede hacer que parezca que pertenecen a su ámbito obras que no son, ni mucho menos, literarias. Bibliotecas virtuales como la Miguel de Cervantes están pensadas precisamente para evitarlo.