Opinión

Pequeña magnitud

por Fernando Aramburu

5 enero, 2006 01:00

A los que sienten la necesidad de decir la verdad en todo momento, ¿no debería exigírseles licencia de armas?

Benditos sean los exagerados, ya que son ellos, acaso sin darse cuenta, los que con su fatuidad y su ruido contribuyen a hacernos adorable la sencillez.

Si la mierda oliera bien, ¿con qué nos perfumaríamos?

Hay gente que rara vez se equivoca: los muertos. Es éste, por lo demás, uno de los pocos privilegios que se les conoce.

Una vez creado el primer hombre inmortal, dudo que transcurra mucho tiempo antes que un ciudadano de tantos le descerraje un tiro en la cabeza. ¿Por envidia? ¿Por maldad? Por nada de eso. El simple prurito de verificar accionará el disparador.

Noto en mí de un tiempo a esta parte una desgana creciente por llevar la contraria a los demás, sobre todo cuando me elogian.

Abstente, en nombre de la justicia que defiendes, de dictar normas si luego no sabes hacerlas cumplir.

El hombre y la mujer nacieron para vivir juntos cada uno en su casa.

No hay utopía que resista un dolor de muelas.

¿Cabe mayor optimismo que empeñarse en vivir hasta el final?

Se recomienda colocar el cepo en un sitio destacado de la vía pública. Recuerde que no deberá cebarlo ni con pan ni con queso sino con un billete de banco, el cual necesariamente deberá ser de curso legal. Retírese usted sin tardanza a veinte o treinta pasos del área del experimento. En unos instantes comprobará que los seres humanos tienden, en determinadas circunstancias, a asimilar conductas características del género roedor.

Hombres del futuro que juzgaréis los logros artísticos de mi tiempo, ¡piedad!

No hace falta que me apunte usted con la pistola. En realidad me basta con su sonrisa.

En vista de los pérfidos designios de la naturaleza, que admitió la posibilidad de arrancarme los cabellos uno a uno hasta dejarme calvo, me pregunto: ¿no tengo derecho a desagraviarme yendo, por ejemplo, a un bosque con una motosierra y...?

¿Hará falta insistir en que el destino de mis hijos me preocupa tanto que ni puedo ni quiero separarlo del mío? Me considero capaz de hacer sin gran esfuerzo extensiva dicha preocupación a los nietos que un día acaso tendré. Lamentaría asimismo, si bien de una forma imprecisa e ideal, que mis posibles biznietos hubieran de soportar unas condiciones de vida desfavorables. De ellos en adelante... Chicos, arregláoslas como podáis.

Es previsible que en la eternidad los pelmas ostenten el poder absoluto.

Hay escritores que tienden al exceso de signos de puntuación. ¿Tendrán hipo?

Conociéndome como me conozco, no creo que me alcance la paciencia para quedarme hasta el final de mi agonía.

Cualquier tontería es susceptible de ser expresada en términos filosóficos.

Libertad, igualdad, fraternidad... Bien, pero, por favor, con urbanidad, suavidad, tranquilidad.

Por lo visto hay gente que se cree a salvo del provincianismo por el mero hecho de respirar a diario humo de automóviles.

Me pregunto qué clase de delito habríamos cometido en el caso de que tras matar con un cuchillo de cocina a un ciudadano que estuviera provisto de plumas y pico, que cacareara y pusiese de vez en cuando un huevo, lo sirviéramos sobre una bandeja, asado y relleno de ajos y pimientos, a nuestros huéspedes.

¡Maldita modestia! Ni siquiera le deja a uno presumir de defectos.

Los hombres, ¿máquinas? Por supuesto que no. ¡Qué más quisieran!

De nada ni de nadie recelo tanto como de aquellos que se obstinan en negar la perfección. Aun admitiendo que la perfección sea, tal vez, poca cosa, sin ella delante de los ojos sólo le restaría a uno el gris acicate de los trabajos remunerativos.

Tarde o temprano, a toda metáfora le llega el turno de degenerar en una nonada.

Las actividades artísticas cumplen una finalidad piadosa, consistente en engatusar a las personas de buena fe con la idea absurda de que la vida humana puede, por momentos, sustraerse a la vulgaridad.
Me adhiero a las voces, no muchas, partidarias de sustituir la denominación de autor por la de culpable de la obra, culpable de las páginas que siguen o, simplemente, culpable.

Desde los albores de la humanidad, a la mayoría de los que componen versos se les puede clasificar en dos escuelas: la de los que expresan tonterías aliñadas con solemnidad y la de los que las expresan sin tapujos.

A mi edad no es poca cosa haber conservado al menos una fe. Aún creo firmemente en la complejidad del mundo. De otro modo carecería del estímulo sin el cual no pasa de ser una operación de cálculo, interesada y frívola, el ejercicio de la imaginación en público.

Me ha parecido observar que el artista que le ha visto los colmillos a la vida, si atraviesa una puerta se da indefectiblemente de bruces con el realismo. Se dijera que el realismo consiste no tanto en un estilo como en una seriedad.

Los órganos humanos de la percepción no están suficientemente desarrollados para distinguir con nitidez qué cosa es arte y qué impostura. De ahí tal vez la extraordinaria utilidad del subjetivismo. Se mire por donde se mire, la verdad es un parásito de la belleza.