Opinión

El circo errante del mundo artístico

por Adrian Searle

9 febrero, 2006 01:00

La semana pasada Bolonia celebró su feria de arte comercial. Esta semana es el turno de ARCO, en Madrid. A principios de marzo muchas de las mismas galerías comerciales instalarán sus stands en el Armory Show de Nueva York. Muchos artistas irán también, y un número cada vez mayor de críticos, comisarios y representantes de los museos, para ver arte o para participar en las mesas redondas o en los seminarios que, como espectáculos secundarios del circo, aportan algo de peso intelectual y credibilidad a estas extravagancias. Lo más importante de todo es que los grandes coleccionistas internacionales estarán en movimiento, acudiendo en bandada de una feria a otra, y después a la siguiente bienal o trienal de alguna parte del mundo, de la anterior Manifesta a la siguiente Documenta. El próximo año, en junio de 2007, la inauguración de la 52ª Bienal de Venecia irá seguida de la inauguración de Documenta XII en Kassel, y del Sculpture Project en Mönster. Estos eventos han sido descritos como una "convergencia armónica de super exposiciones". De camino entre todos ellos se encuentra la feria de arte de Basilea.

"Convergencia armónica" no es como yo percibo mi inevitable peregrinaje por toda Europa en junio de 2007. El mundo del arte internacional se parece cada vez más a un circo volante, y agota. Nos veremos en Venecia, en Estambul o en la Trienal del Océano índico organizada en Mauricio. Durante mucho tiempo, el arte contemporáneo tuvo poco público. Visitar las ferias de arte no era obligatorio, y las bienales se organizaban cada dos años. Ahora las hay en todas partes, continuamente, desde Luanda a Lima y desde Lodz a Liverpool. ¿Cuánto puede durar esta explosión artística?

Y realmente es una explosión: todas estas ferias, todos estos festivales internacionales de arte... Tan cansado está del modelo de exposición el equipo que dirige la próxima Manifesta (el último fue en San Sebastián), que la que se celebrará en Nicosia, Chipre, se reinventará en forma de escuela de arte. Hay algo tan despiadado, implacable y mareante en el constante movimiento de marchantes, comisarios, coleccionistas, críticos y en el traslado de todo ese arte alrededor del mundo, que parece que hemos llegado al punto de saturación. Uno se pregunta también si realmente hay suficiente arte como para que valga la pena andar de un lado a otro y, aún más ,si habrá suficiente gente que lo coleccione, lo adquiera para exponer o lo admire. ¿Realmente tiene algún propósito este mundo en constante movimiento?

Hoy en día, las principales ferias y bienales de arte se han convertido en buena medida en acontecimientos sociales; y los "días para los profesionales", las inauguraciones y las fiestas, probablemente atraigan tanta cobertura mediática como el arte en sí, que en algunos aspectos queda relegado a fondo fotográfico para la interminable procesión de estrellas cinematográficas, esposas de futbolistas y famosos que han conseguido una invitación. No es tanto el arte como el mundo del arte el que ejerce de imán. En cualquier caso, en lugar de un turbio demi-monde bohemio, el mundo del arte es simplemente otro vestíbulo de paso, lleno de viajeros cansados, en perpetuo estado de desajuste horario, con un exceso de carga de pánico profesional y ambición.

T al es la proliferación mundial de eventos artísticos que es imposible que alguien los vea todos; aunque por muchas zonas horarias y obstáculos lingöísticos que hayamos atravesado siempre encontraremos a los mismos allá donde vayamos. Yo sostengo que muchas de las figuras artísticas del mundo internacional con más éxito emplean ahora dobles para que hagan en su lugar estos viajes constantes. Mientras digan las mismas cosas que siempre han dicho en cualquier otra parte, y se cuiden de tomar sus bebidas habituales, nadie se dará cuenta del engaño.

En ningún sitio se desquicia uno más que en una feria de arte. Las ferias de arte son centros comerciales, en los que las galerías ponen sus puestos como si se tratara de franquicias. Yo siempre animaba a los estudiantes y a los artistas jóvenes a hacer al menos una visita. Una visita es aleccionadora, algo parecido a aprender a usar el retrete: tienes que saber adónde va tu mierda. Sin importar el brillo de gran seriedad que el arte pudiera tener en la mente de su creador, o del comisario que lo ha seleccionado para una importante bienal, o para el crítico que lo ha diseccionado en el catálogo, o para el teórico que ha detectado su importancia cultural innovadora, todo esto desaparece en la feria.

Las ferias tratan de dinero y del mercado, por muchos seminarios elevados poco reconocidos que acompañen al evento. Para reclamar credibilidad intelectual, cada vez más ferias actuales "salas de proyectos especiales", en las que se invita a diferentes artistas a "intervenir" mediante performances e instalaciones y a proporcionar equilibrio a tanta venta desnuda. Algunas galerías han empezado incluso a contratar comisarios para escoger e instalar la obra en sus puestos. Las ferias de arte han empezado a adoptar las estrategias de la bienal y de la exposición temática.

Pero aún así, uno se pregunta qué saca el público en general de las ferias. El museo o la galería son lugares mucho más agradables para ver arte. Pero la gente sigue acudiendo, con sus amigos y su familia, y con carritos de bebé, a caminar por los pasillos y llenar los puestos. Como la exposición Salón del siglo XIX, es un acontecimiento más social que artístico, un lugar para ver y ser visto. Lo mismo ocurre con las grandes bienales: todo el mundo quiere una entrada para los días de inauguración, a pesar de que es mucho mejor ver el arte en las semanas y los meses siguientes. ¿Por qué tanta prisa?

Se habla mucho de que las mayores ferias de arte, en especial ArtBasel y ArtBasel Miami (cómo consiguió Suiza emparejarse con Florida es un misterio para mí. Debe de tener que ver con la afinidad entre los Alpes y los Everglades), han adquirido tanto poder que están haciendo que otras ferias menores se vuelvan irrelevantes y poco rentables. El éxito internacional de la feria de arte Frieze de Londres los pasados tres años quizá tenga repercusiones en otras ferias europeas, que tendrán que replantearse cuál es su propósito, qué tipo de relaciones deben establecer con el público extranjero y local, qué arte deberían exponer y qué imagen propia deberían promover.

El tamaño no lo es todo, y lo más grande no siempre es lo mejor. La proliferación de bienales de menor tamaño señala en sí misma el agotamiento producido por estas reuniones rimbombantes, así como una sana resistencia a las exigencias del mercado, a los dictados de la moda y a todo lo que sea el actual sabor teórico del mes. La diversidad es más interesante que la homogeneidad. No queremos ver las mismas cosas, y a la misma gente, en todos los sitios a los que vamos. Pero no tenemos más remedio que ir.


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