Opinión

Correspondencia 1943-1955

De Theodor W. Adorno a Thomas Mann

15 junio, 2006 02:00

En 1943, mientras escribía Doctor Faustus, Thomas Mann leyó Schünberg y el progreso, de Adorno y descubrió las relaciones entre ambas obras. Comenzó así una correspondencia con el filósofo que sólo la muerte de Mann, en 1955, interrumpió. Inédita en España, FCE la publica el próximo lunes.

Pacific Palisades, 5 de octubre de 1943
1550 San Remo Drive
Pacific Palisades

Estimado Dr. Adorno:
Muchas gracias otra vez por la generosa velada de ayer. Y aquí, para que no se pierda, le devuelvo el artículo. Una lectura estimulante y de mucha importancia para Kretzs-
chmar, quien, demasiado inmerso en la historia de la música, se había quedado en la "personalización absolutizada", cuando él debía ser el hombre que llegara a la idea de que cuando se encuentran la muerte y la grandeza surge un objetivismo (con tendencia a la convención) en el cual lo imperioso subjetivo se transforma en lo mítico. ¡No se asombre si Kretzschmar incorpora tales expresiones a su locuacidad! En este caso no me asustaré si debo recurrir a un montaje, aunque nunca lo haya hecho. Todo lo que forma parte de mi libro debe ser puesto en él y será asimilado por éste.
También quería pedirle que me escribiera en notación bien simple el tema con variaciones de la "Arietta" e indicara las notas en las últimas repeticiones se agregan de modo tan alentador, humanizante.
¿No era también en ese movimiento que la melodía consistía más en acordes que en la repetición e invariabilidad de armónicos? ¿Cuál era la nota que se repetía cuatro veces mientras cambiaban los acordes?
Necesito intimidad musical y detalles característicos y sólo a través de un conocedor tan sorprendente como usted puedo conseguirlos.
¡Afectuosos saludos de nosotros para ustedes!
Su
Thomas MANN


Los ángeles, 3 de junio de 1945
316 So. Kenter Ave.
Los ángeles 24.

Admirado y estimado Doctor Mann:
Es un profundo honor para mí desearle a usted toda la dicha y todo lo mejor en sus setenta años. La fecha se ha presentado con tanto sigilo y lo ha encontrado a usted tan ensimismado en el trabajo continuo y la producción reconcentrada que a uno le resulta difícil creer en el número de años y siente pudor de mencionarlo: como si el buen augurio, que introduce una cesura, fuera una impertinente intromisión en el proceso de una experiencia intelectual que precisamente consiste en no tolerar nada ajeno a ella, nada impuesto desde fuera, y en expresar lo humano justo a través de la mémoire involontaire. [...] Cuando lo encontré a usted aquí en la remota costa oeste tuve la sensación de estar, por primera y única vez, en persona frente a la tradición alemana de la cual he recibido todo: incluso la capacidad de resistir a esa tradición. El sentimiento y la felicidad que eso brindaba -los teólogos hablarían de bendición- nunca me abandonarán. En el verano de 1921, en Kampen, realicé, sin que lo notara, un largo paseo detrás de usted mientras me imaginaba cómo sería si me hubiera dirigido la palabra. El hecho de que veinte años más tarde usted de verdad hablara conmigo es un fragmento de utopía realizada tal como puede ser otorgado apenas una vez.
En realidad yo quería honrar la cesura con algunas cancioncillas nuevas, pero mi pobre, atormentada cabeza no me lo permitió. Espero poder compensarlo. De todos modos, mucho más me importa que la tristeza por el horroroso estado del mundo no empañe en usted la alegría de concluir el Leverköhn, que espero con oídos impacientes.
Con la más afectuosa admiración
Su T.W. ADORNO


Fráncfort del Meno, 28 de diciembre de 1949
Liebigstraße 19 III, familia Irmer

Estimado y admirado Dr. Mann:
Difícilmente alcance para disculpar mi silencio injustificadamente largo la mención del torbellino de trabajo y experiencias en el que me he encontrado desde el primer día en París. Acaso lo que puedo alegar es más bien la extraordinaria dificultad de hacer justicia a esa experiencia y, con seguridad, el sentimiento de una gran responsabilidad cuando le informo a usted acerca de Alemania. En lo que se refiere a esa dificultad, ésta parece residir hasta tal punto en el objeto que yo creo que usted mismo se toparía con ella. Se trata de lo peculiarmente amorfo, inaprensible, sin forma. La radical observación realizada en los Procesos de Nuremberg, a saber, que la culpa indecible en cierto modo se deshace en lo insustancial, esa observación se repite hasta en la cotidianidad más insignificante. Expresado de manera más drástica: con excepción de un par de canallas, penosos títeres de antigua cepa, no he visto todavía ningún nazi, y esto de ninguna manera sólo en el sentido irónico de que nadie admite haberlo sido, sino en el sentido, por lejos más ominoso, de que ellos creen que no lo han sido; que lo reprimen por completo; que, incluso, uno podría especular que ellos en realidad hasta cierto punto no lo "fueron", en la medida en que frente a la monstruosidad, alienante para los hombres, de la dictadura, no se apropiaron de ella como lo hicieron con un sistema burgués, sino que aquélla, al mismo tiempo extraña y tolerada, en tanto ocasión maligna y esperanza, permaneció fuera de la identificación, algo que de manera diabólica ahora facilita que se tenga la conciencia limpia justamente donde debería estar sucia. "Nosotros los alemanes" -decía con corazón sincero un alumno mío, por lo demás en verdad honorable (se dedica a los aspectos esotéricos de la metafísica de Hegel)- "nunca tomamos en serio el antisemitismo." Lo decía honestamente, pero tuve que recordarle Auschwitz. La relación de ellos con estas cosas es lo más instructivo que hay. Pude observar que todos los que en alguna medida se identificaron con el hitlerismo o las nuevas melodías nacionalistas afirman enérgicamente que, durante la guerra, no sabían nada de lo terrible, mientras que los opositores conscientes le confirman a uno lo que la razón humana más simple puede decir: que desde 1943 en realidad se sabía todo. Pero qué complicado es adentrarse en un mundo en el cual uno está abandonado a los propios nervios, cuando se necesitaría un lie detector, que es a su vez un componente del horror. El hecho de que lo sucedido escapa a cualquier experiencia regular tiene además como paradójica consecuencia que uno mismo apenas pueda admitirlo. Si debo ser sincero, diré que siempre necesito de la reflexión para recordar que el hombre junto a mí en el tranvía puede haber sido un verdugo. [...]

Pensé mucho en usted cuando, durante la visita al Museo Goethe, mi mirada se posó en el manuscrito del poema "A la luna llena". ¿Observó usted con la misma emoción, en medio de las ruinas historicistas, las indescriptibles estrofas de Dornburg? ¿Mi mirada estaba siguiendo la suya? Con la más afectuosa admiración. Su fiel
Teddie ADORNO