Opinión

Elogio de un cuentista

por José María Merino

29 junio, 2006 02:00

En Alonso Zamora Vicente concurrieron el estudioso de la palabra en su afloramiento cotidiano, en su vivo fluir, y el narrador de historias escritas, el inventor de esas ficciones que se construyen mediante palabras, precisamente. En él la filología fue, sin duda, una curiosidad inagotable y asombrada, y esa condición suya de explorador verbal, de rastreador y degustador de léxicos, se transparenta con gracia y destreza en la materia de sus ficciones, donde de continuo se vierten las palabras frescas y coleantes descubiertas en el territorio del habla de cada día. Esta actividad de construir ficciones con los vocablos mismos de lo cotidiano, trasladados sin más desde el habla de la calle, ofrece, en su primera resonancia, un tono popular que puede ocultarnos, por su aparente falta de elaboración, lo que lleva consigo de experimento verbal.

Sin embargo, desde la utilización de esa palabra que pudiéramos llamar preliteraria, en la sencillez de su expresividad directa, al margen de imágenes y metáforas, hay en la obra narrativa de Alonso Zamora Vicente una continua voluntad de crear la sustancia literaria reestructurando todo ese léxico, hecho de tópicos y cristalizaciones verbales, a través de la imaginación de sentimientos y conductas. El dialectólogo ha utilizado con fe, con entusiasmo, la moneda corriente de la palabra callejera, de la expresión acuñada en la voz popular, para realizar sus creaciones de cuentista. Vaya en su alabanza, de entrada, resaltar lo que ello tiene de interesante documento formal de una realidad lingöística, estilizada por la ficción, en una lengua y en un momento histórico.

Lo llamo experimento, porque creo que en Alonso Zamora Vicente hubo siempre una mirada renovadora, precursora. No quiero dejar de recordar que en 1955 publicó Smith y Ramírez, S.A., libro compuesto por siete historias construidas desde la perspectiva fantástica, bastante poco comprendida entre nosotros. En una nota que sirve de pórtico a aquellos relatos, Alonso Zamora Vicente alude a posibles influencias y lecturas. Sin duda sus años de aventura americana ampliaron su conocimiento sobre las capacidades de invención de la lengua española. Pero aquel libro, que tanto desconcertó a la gente de su tiempo, es una muestra clara de un talante pionero.

Sin levantar cabeza apareció por primera vez en 1977, y recoge catorce cuentos que habían sido publicados en diversas revistas y periódicos. Las colecciones de cuentos, o relatos, pueden ser ordenadas por el autor desde dos criterios diferentes: uno responde a la pura agrupación azarosa y casual, hasta conseguir la indispensable acumulación de páginas, el volumen físico que exige el libro como objeto material; el otro resulta de la elaboración de todas y cada una de las piezas del conjunto desde una similar consideración estética y dramática, para constituir lo que se ha venido a denominar un "ciclo". Sin levantar cabeza es un "ciclo de cuentos", en el que todas las ficciones del volumen están unificadas por el tema, por el tratamiento, por la voz narrativa y hasta por el esquema dramático que arma cada una de ellas. El tema común de este libro, la idea que preside el argumento de cada relato, es la postración moral, la humillación, el acomodo a difíciles supervivencias, de gentes modestas para quienes la guerra civil española fue su herida central y su cicatriz decisiva. La mayoría de estos cuentos fue apareciendo a lo largo de la incipiente apertura de España a la normalización democrática, y en ellos se representan ciertas amarguras colectivas, mediante ese sistema simbólico, indirecto, intuitivo, que tiene la literatura para recrear la realidad en sus aspectos medulares.

Las tramas se desarrollan a través de los testimonios en primera persona, meticulosamente verbalizados, de los personajes centrales de cada uno de los cuentos. El conjunto de las voces, por medio de alusiones, sugerencias, verdades veladas, burlas, referencias a películas, canciones, artistas, presenta un tiempo que va de la guerra civil a los momentos previos a la restauración democrática. Aunque algunas de las voces no se correspondan exac-
tamente con personas del campo vencido, sus parlamentos dejan traslucir la atmósfera de la larga posguerra, la intolerancia, el oscuro pasar de las gentes desfavorecidas, los ecos grotescos de las retóricas oficiales. Incluso en el primero de los cuentos, "Soltero, soltero", publicado originariamente en 1971 -sólido aún el régimen de Franco-, que transmite la voz de un hombre que cuenta su vida al hilo de tres noviazgos imposibles, y que se muestra bastante acomodadizo con la situación social, aparecen las alusiones a la atmósfera represiva.

A partir del cuento siguiente, que fue publicado en 1975, en los inicios de la Transición, la mayoría de los personajes ya se enmarca claramente en el bando de los vencidos o de quienes sufren los resultados de la derrota. "Todo puede lograrse" es el testimonio de la viuda de un maestro republicano -por ciertas alusiones podemos imaginar que había colaborado con las famosas "Misiones Pedagógicas"- que ha querido evitar que su hijo se viera agobiado por los reproches y calumnias contra la memoria de su padre. La voz de otra viuda protagoniza también "La ramitas": en este caso, su marido ha muerto en Madrid, en un bombardeo, durante los días de la guerra. El protagonista de "Me gustaba cantar" es un presidiario que, al salir de la cárcel en los primeros tiempos de la posguerra, consciente de su vulnerabilidad, de su falta de fuerzas y medios para afrontar el mundo que le espera, sólo encuentra rechazo y desconfianza. También pasó tres años en prisión el protagonista de "Conformidad, una gran virtud", que manifiesta la irremediable aceptación de las cosas por parte de quien no tiene otro papel ni destino, en la vida y en la historia, que los de ir tirando como buenamente pueda.

En "Un solo deseo", narra su vida un "profesorcillo de nada", acaso diplomado de aquellos famosos cursillos de 1933 o 1936, que fue expedientado y expulsado de la docencia por los vencedores. Otro depurado, que perdió al parecer la plaza ganada por oposición, es el protagonista de "Si viera cómo cansa…" con una biografía que va de los campos de concentración franceses a los juzgados españoles, marcada por numerosos fracasos. También fue inhabilitado profesionalmente el personaje narrador de "Comparar, comparar, otra versión de lo mismo", un "desgraciado rojazo" que, aunque parece que tiene muy claras las cosas, ya no siente deseo de recordarlas. Y "Bobamente feliz" declara encontrarse una abuela que repasa con los nietos los libros escolares, sin dejar asomar su disgusto ante las lecciones sobre la historia reciente que se ven obligados a estudiar, mientras evoca muy oscuramente pérdidas dolorosas.


[Espasa publica estos días la nueva edición de los cuentos de Alonso Zamora Vicente reunidos en Sin levantar cabeza, con prólogo de José María Merino]