Al final quedaron sólo dos en La Casa. El primero era un polaco grandote y bastante tosco en sus formas; a poco que se le provocase, se liaba a guantazos. La Milá no le tragaba, aunque las audiencias cantaban y no le quedaba más remedio que aguantarse: el tipo gustaba al gran público. Su competidor era un danés más bien taciturno, pálido, rápido en sus respuestas, aunque algo críptico. Cuando la presentadora le preguntó: "¿Cómo estás hoy, rubio?", con ese tono impertinente y pedante que le es propio, él respondió: "Me alimento del aire, como los camaleones", cosa que no venía a cuento pero fascinó a dos millones de televidentes. Inmediatamente apareció un mensaje en la pantalla: "si quieres esta frase en tu móvil manda un sms". Alguien, que no fue el danés, se forró con eso. "¿Qué te parece el éxito que has tenido?", preguntó luego la Milá, un tanto envidiosa por no ser ella la protagonista. El danés se encogió de hombros y dijo: "tengo frases mejores; por ejemplo: ser, o no ser, ése es el dilema". ¡Las audiencias se dispararon! El polaco aprovechó para romper a patadas la cámara del confesionario. El padre del muchacho, que, por cierto, era de buena familia, salió en una conexión en directo para defender la candidatura de su hijo: "Ya sé que tiene un pronto difícil", argumentó; "desde niño, cuando lleva mucho tiempo encerrado, se pone así". La Milá, que es malísima, picó al muchachote eslavo: "¿Quién crees que va a ganar, tu compañero o tú?" "¡Vive Dios!", respondió él, "¡si os ponéis delante vos, que os eche por la ventana!" La presentadora huyó a la habitación del rubio, que al menos parecía más tranquilo. "ése dice que te va a ganar", mintió, buscando el enfrentamiento. El danés susurró, enigmático: "¿Y qué es, para mí, esta quintaesencia del polvo?" La presentadora ignoraba el significado de la palabra quintaesencia, así que presentó la dimisión. "A mi edad", dijo, "no voy a empezar a permitir que los concursantes se pongan estupendos…"