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Opinión

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24 julio, 2009 02:00

Agustín Fernández Mallo


En el Diccionario del dandi, de Giuseppe Scaraffia, editado por Machado Libros, se dice que d’Aurevilly escribió: "He ido al café. He bebido Kermès, pétalos de rosa, perfume, néctar de odalisca [...] He roto un vaso sin alterarme. Torpe, pero siempre con la desenvoltura imperturbable." En verano parece que nada ocurre, es la época en la que, como en la infancia, el tiempo deja de existir, por definición es infinito: trabajamos once meses al año para ser niños el decimosegundo: cada décima de segundo, un Big Bang. El verano "es torpe, pero su desenvoltura es imperturbable". El verano es el dandi reciclado en chanclas y viejas riñoneras. O lo era hasta éste, energético, macabro, en el que ha muerto el rey del pop, el antidandi, el infinitamente perturbable y perturbado; la entrada al funeral se tramita con venta de entradas vía Internet, su último y verdadero concierto. Derrotado así el verano, confieso mi ilusión: sitiarme en un búnker de la central nuclear de Garoña, inaugurar la Era del dandi atómico en la bendita Garoña, templo de perfume y pétalos de rosa.