Image: El yo como ideología

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Opinión

El yo como ideología

30 octubre, 2009 01:00

Por Ignacio Echevarría
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Así que los hay que militan en pro de una palabra... Me entero de esto por el anterior artículo de Aramburu, que alude pasajeramente a "la campaña bloguera de Fernando Valls" para "resucitar" la palabra acercanza, que a duras penas sobrevive en el diccionario de la RAE. La campaña de Valls cuenta ya, al parecer, con un buen puñado de letraheridos que la secundan. Antes de eso, académicos como José María Merino, Arturo Pérez-Reverte, Javier Marías, Francisco Brines, Antonio Mingote y Emilio Lledó se conjuraron para poner de nuevo en circulación la palabra, saliendo de este modo al paso de un amago de suprimirla del diccionario.

Aparte de pintoresco, el dato nada tiene de objetable, claro que no. Si bien no deja de resultar elocuente que, puestos a movilizarse en favor de una palabra, la escogida sea un término arcaizante, que cuenta con sinónimos casi equivalentes y de uso común, pero que, eso sí, suena bonito. Se corresponde con la idea que tantos escritores -y lectores- españoles se hacen de la literatura: una manera de escribir -de decir- bonito.

Más útil y seguramente más conveniente que reavivar cadáveres léxicos sería, pienso yo, observar con espíritu crítico el empleo que se hace del lenguaje corriente. Y no sólo a la manera estricta y quisquillosa de algunos aprendices de gramáticos: también desde un punto de vista más amplio, más atento a los tendenciosos desplazamientos o recortes semánticos que padecen determinados términos.

El artículo de Aramburu me brinda un buen ejemplo. Me refiero a la palabra ideología, que hoy parece suscitar las aprensiones de los bienpensantes. Cita Aramburu a Luis Goytisolo para enfatizar su propio desapego hacia todo lo que esta palabra presupone. Y se diría que lo que presupone es una cerril distorsión de la realidad que convierte a quienes la suscriben en autosatisfechos poseedores de una verdad que tratan de imponer soberbiamente a quienes no la comparten.

Hay razones para sospechar de este efecto espantapájaros que tiene hoy la palabra ideología. Y la razón principal es que la demonización del concepto mismo de ideología sirve de cortina de humo tras la cual se oculta aquello que Theodor W. Adorno dejó dicho hace ya mucho: que "ideología es hoy la sociedad como fenómeno".

Escribe Adorno: "La ideología es hoy la sociedad real misma, en la medida en que su fuerza y su inevitabilidad integrales, su existencia irresistible, se ha convertido en un sustitutivo del sentido arrasado por ella misma. La pretensión de un punto de vista sustraído a la órbita de la ideología así cristalizada es tan ficticia como la construcción de utopías abstractas".

Lo que viene a decirse es que el hecho de que ciertas cuestiones nos la "refanfinflen", como le ocurre a Aramburu, no nos sustrae de ellas. Tener que trabajar para mantener a los hijos y pagar una hipoteca, por ejemplo, nos vuelve especialmente cuidadosos de la gratitud que conviene manifestar a la mano que nos da de comer o que nos concede amables palmaditas en el hombro. Y por ahí nos conformamos con "nuestras intuiciones particulares, tan volubles, tan inciertas, tan inconsistentes", sin tratar siquiera de buscar "una explicación más general de los fenómenos del mundo" (Aramburu), tarea a la que antaño -vaya uno a saber por qué- parecían particularmente predispuestos los escritores.

En la actualidad, éstos parecen ocupados sobre todo en sí mismos. No es casual que la literatura del yo, con sus múltiples ramificaciones, haya cobrado tanto protagonismo. Pero cabe preguntarse hasta qué punto el propio yo no funciona, en muchos casos, como una ideología. Y como una ideología impuesta, en cierto sentido (un sentido que sugiere inmejorablemente aquel viejo eslogan de El Corte Inglés: "Somos especialistas en ti"). Hasta qué punto el yo que tantos invocan no constituye -de nuevo Adorno- una interiorización de la ideología misma.

En su artículo aludía Aramburu al último libro de Luis Goytisolo, Cosas que pasan. Un libro equívocamente autobiográfico que explora con atrevimiento esta posibilidad. Se plantea como una reflexión acerca de la distancia que media entre el yo y la propia vida. Entre el yo y el sujeto verbal que actúa en su nombre.

El libro de Goytisolo concluye con esta réplica:

-"Y es que yo no soy mi vida, lo que me acontece".
-"Entonces, ¿quién soy?"
-"El que percibe lo que soy como distinto de lo que es".

Algo de eso barrunta Aramburu cuando, abrumado, constata que "yo con frecuencia no opino lo mismo que yo".

Una constatación que, pese a todo, a nadie libra de tratar de averiguar qué opina cuando opina. Y quién opina.