Opinión

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11 diciembre, 2009 01:00

Por Agustín Fernández Mallo

Un hecho constatado: uno de los mayores portales de descargas gratuitas de música se llama MySpace, donde son los propios autores quienes cuelgan sus canciones para que la gente baje música gratuitamente. Eso es opcional, nadie tiene por qué regalar nada si no quiere, pero resulta difícil pensar que los Gobiernos puedan poner coto a algo que realizan millones de personas, legitimado ya por la costumbre, y lógicamente evolutivo. Será difícil restringir una práctica tan extendida, so pena de socavar algunas libertades consensuadas como fundamentales. La mayoría de los músicos y artistas (los que viven de los conciertos, no de la venta de CDs), están de acuerdo en que se realicen descargas. Llama la atención que en otros asuntos los gobiernos utilicen "el clamor popular" como argumento legitimador, pero no para una actividad, las descargas, aceptada por, no miles, sino millones de personas. El cuento es muy antiguo, antropológicamente antiguo, y comprensible: un sistema de producción obsoleto se revuelve en su tumba ante la emergencia de otro que también algún día se quedará obsoleto. Es ley, pero no de descargas ni de antidescargas, sino de vida. También los carboneros del siglo XIX tuvieron que aprender qué era el gas para sobrevivir.