Opinión

El panfleto

Portulanos

19 marzo, 2010 01:00


2036 OMENA-G es el espectáculo más tosco, más conservador y más panfletario de Joglars de los últimos quince años. También es el mejor y el más divertido desde hace mucho tiempo. El panfleto es un género perfectamente lícito y de gran tradición. Sucede que su propia naturaleza exige una recepción polarizada: o simpatiza uno con la sátira propuesta o no, sin espacio para reacciones intermedias. Sucede también que la izquierda, tan panfletaria ella, acepta muy mal que se le administre su propia medicina. Marx aborrecía la religión pero la izquierda es dogmática y mesiánica y, como el Papa de Roma, se cree infalible.

Por eso, en la noche del estreno, junto a un público que mayoritariamente se reía con la obra, podían verse también algunas caras que eran un auténtico poema: en España puede uno reírse de Aznar, pero no de Suso de Toro. Lo mejor y lo peor del espectáculo es que es puro naturalismo: esa ecología de herbolario santero, esa inmunda charlatanería política, ese feminismo de revista de modas, esos intelectuales ignaros, ese sentimentalismo pringoso, y, sobre todo, esa indignidad en el trato a los viejos, son aún peores en la realidad. Al final, el simpático cascarrabias encarnado por Fontseré revela que su sueño frustrado era ser el Burt Lancaster de El Gatopardo para bailar el vals con Claudia Cardinale. Invocado por el deseo, aparece el espíritu de la Cardinale con el espectacular vestido blanco de aquella legendaria película y, por primera vez en la obra, nadie ríe. Entonces comprende uno que la auténtica belleza nunca genera burlas y que ni Boadella ni ningún otro podría haber hecho este panfleto salvaje si no fuera porque nuestro país, hoy, es una mierda.