Opinión

Macteatro

Portulanos

1 octubre, 2010 02:00


El intrépido dramaturgo viajero le echó un vistazo, en el periódico, a la cartelera de México D.F. y se quedó turulato: allí, tan lejos del hogar, pensaba encontrarse con una programación exótica y original pero se dio de bruces con Los monólogos de la vagina, Mamma mía, Gorda, y Los 39 escalones. O sea, exactamente lo mismo que puede verse en Madrid, en Nueva York, en Londres o en París. Reflexionó unos instantes y, como era fan de Robert Anton Wilson, pensó: ¿y si aquello era la prueba de una conspiración? ¿Y si se trataba de un plan para imponer, globalmente, el macteatro, un teatro de franquicia, todo igual, hecho con mac-actores, macdirectores, macdramaturgos y macescenógrafos? Los macespectadores, felices porque con cada cuatro entradas les regalarían un mac-cacharrito, es decir, alguna cosilla de merchandising, acabarían perdiendo el paladar que ya la tele les había contaminado previamente.

¡Que desastre!, pensó. Y luego, echando mano de los tópicos, se dijo a sí mismo: ¡El teatro oriental nos salvará! Inmediatamente se hizo con un ejemplar del Tokyo Times, y, como no sabía japonés, hizo traducir su cartelera. Esperó, ansioso, el resultado. La traducción, por cierto, le costó una pasta y no era demasiado buena, pero no dejaba lugar a duda alguna: en los teatros de la capital del Sol Naciente se programaban El soliloquio de la vulva, Oh, honorable mama-san, Obesa y El trigésimo noveno escalón del ronin. ¡La epidemia había llegado también al Este! Entonces supo que el futuro sería una pesadilla: a partir de entonces, los actores sonreirían llevando gorritas rojas y en vez de darles los premios Max pondrían sus retratos en una foto con un rótulo que dijera "el empleado del mes".