Fracisco Javier Irazoki
Algunos críticos y escritores opinan que la poesía se aleja definitivamente de los límites del verso. Otros la ven refugiada en páginas de género literario indefinido. Mientras se habla de apertura y evolución, sus lectores deben hacer cursos de espeleología y alpinismo para la búsqueda eficaz de unos volúmenes que a menudo ocupan las baldas menos accesibles de las librerías. No obstante,
más allá de fronteras neblinosas y codicias mercantiles, continúa la validez de los textos que nos ofrecen una profundidad sin etiqueta. Los libros de Felipe Benítez Reyes o Álvaro Valverde carecen del eco de las canciones populares, pero tampoco necesitan el maquillaje de las modas. En ese mundo apartado la sintonía entre el público y el artista alcanza a veces una calidad tan inmediata como difícil de olvidar. Pongo un ejemplo: en la primavera de este año el poeta Juan Carlos Mestre fue con su acordeón al Museo Jorge Oteiza y, después de explicar que
la poesía es una pequeña caja de herramientas, se produjo la emoción unánime. Para quienes lo escucharon el gozo sí es una parcela delimitada con claridad.