Marta Sanz



Las mujeres que se pintan bien son las que se maquillan sin que se note. Hay que vivir una vida natural y astringente como el zumo de pomelo. La contención es tan natural como las verdes praderas y los espacios sin humo. Sin embargo, lo rocambolesco me produce menos desconfianza. Prefiero que no me disfracen ni la trampa ni el cartón: no es una manía, sino una exigencia ética. Se necesita un punto de artificio que neutralice la empatía engañosa en el imperio de los reality show y de la espontaneidad -natural- de los zafios. Un punto de artificio para sacar a la luz los forzamientos de la vida cotidiana: dormimos sobre camas de pinchos; vivimos en contractura permanente; asumimos la normalidad del estrés. Tal vez la tuerca retórica y la crispación lingüística desvelen lo que en la realidad hemos dejado de sentir como artificioso y ha llegado a parecernos justo. Pintar, escribir, esculpir con aspaviento para vivir sin él: poética de la desnaturalización, verborrea y brochazo, en las antípodas del sushi -un falso crudo- y contra los preceptos de la palabra justa y de que el mejor estilo es el que no se nota. Como las compresas. De nuestra cultura pende un cartel: No molestar. Alex de la Iglesia dice que hoy lo subversivo son las exageraciones. En eso tiene razón.