De izquierda a derecha, Clara Campoamor, Victoria Kent y Constancia de la Mora



Los diccionarios biográficos semejan cementerios, en el buen sentido de la palabra. Bien mirado cumplen similar función. Acomodan para siempre, por más que no hay siempre que dure siempre, y preservan los nombres de acuerdo con un orden. Se espera de un diccionario que retenga del personaje algo más que de un difunto la inscripción sucinta de su tumba. El olvido es natural y es inevitable puesto que también desaparecen y son olvidados los que olvidan. Pero hay un olvido perverso, obra del cálculo, previsto para oscurecer la Historia. Ya se sabe: cuanto menos conocido es el pasado de las naciones, más fácil resulta moldearlo al gusto o interés del revisionista, del borrador profesional de huellas, de quienes escriben para ensalzar tiranos y negar crímenes y culpas. Es meritorio el esfuerzo del diccionario dirigido por Sánchez Illán para fijar en la memoria a 339 periodistas del exilio español.