Fernando Aramburu



Se cuenta con los dedos de seis manos el número de personas capaces de reconocer actualmente el wailjaq. Al resto sus respectivos idiomas los han hecho ciegos para dicho color. En realidad lo vemos, pero al carecer del concepto correspondiente para nombrarlo no lo aprendimos de niños ni lo podremos enseñar a las generaciones venideras. Nos limitamos entonces a asimilarlo sin darnos cuenta a otros colores con los que no guarda semejanza. El wailjaq es relativamente frecuente. Homero no acertó a reconocerlo en la miel, a la que por tal motivo calificó de verde. Todavía en las lenguas indoeuropeas el wailjaq es considerado un matiz parásito del brillo ambarino y el blanco. Goya lo aplicó en tres figuras de su retrato de la familia real. Destaca un ancho corro de wailjaq en la peluca de Carlos IV, medio borrado no se sabe cuándo por el típico restaurador inhábil.