Fernando Aramburu
Tiene uno la sensación, leyendo poemas traducidos, de escuchar a través de una pared las cadencias de una pieza musical. Imposible regalar los oídos con la plenitud, los matices y ecos inmediatos del sonido original.
Sin embargo, a poco que la fortuna nos depare un delicado traductor, cabe la posibilidad de que llegue a nosotros una parte significativa de aquella música, como ahora con la poesía de Tomas Tranströmer, uno de los grandes de la lírica actual. Dichosos aquellos que, versados en lengua sueca, puedan disfrutar sin el auxilio de intermediarios (cuyo trabajo, por descontado, agradecemos) la poesía de este maestro de los medios tonos, de la intensidad introspectiva, de una particular manera de expresarse que aúna la finura, la elegancia, no sé, el sobrio y maravilloso cincelado del idioma, con esas raras aptitudes que venturosamente han atravesado la pared: la hondura de sensaciones, la densidad de pensamiento.