Agustín Fernández Mallo

Como cada año por estas fechas, he ido a firmar a la Feria del Libro. En uno de los eventos paralelos a la misma, tras la cena -buenísima, por cierto-, una pareja, hombre y mujer, entusiastas hasta la grima, me comentaron lo maravilloso que debe ser conocer a tus lectores, que vengan con tus libros para que juntos obremos esa maravilla llamada "contacto" con el lector -utilizaron esa palabra, menos mal que no dijeron, "amigo", por extensión de Facebook, ya de por sí allí pervertida-. Se quedaron estupefactos cuando les dije que lo único que no me gusta de ser escritor es la Feria del Libro. El mero hecho de pensar que alguien ha dejado el sofá de su casa para adentrarse en el Retiro -siempre con un sol de western-, y que yo ponga mi firma en un libro que ni tan siquiera considero ya mío, me produce escalofríos: no sé cómo compensar tal esfuerzo, siempre me siento en deuda. Además, descreo de esa clase de pensamiento mágico mediante el cual tener un vínculo material con alguien -un libro-, transfiere ese vínculo al plano personal. Los lectores no son tus amigos, los lectores son los lectores. El "calor" del público funciona bien en las artes performativas o en los conciertos de música, pero no necesariamente en una actividad que opera en diferido, como lo es la literatura. La entusiasta pareja creyó que les tomaba el pelo. Por mucho que les dije que no se trataba de una boutade; no me creyeron. Se fueron muy contentos. A eso le llamo yo, "fe buenista en el artista-humanista".