La cáligas del romano y los autobuses de doble piso. Un niño de Dickens, con las mejillas tiznadas, y la mansedumbre líquida del Támesis. Un taxi negro y un cuchillo que degüella a mujeres en la noche. El paso de cebra de los Beatles y la cabeza de Ana Bolena. El meridiano cero y la boda de María Tudor con el monarca católico de España. Las figuras de cera de Madame Tussauds y un monólogo de Hamlet. Los morriones peludos y el traqueteo del metro. La tumba de Horatio Nelson y el juicio por sodomía a Oscar Wilde. Los cuartos de Westminster y la lluvia de fuego de la Luftwaffe. Las confiadas ardillas de Hyde Park y Defoe dando testimonio de la peste. El hacha del vikingo y el puro de Churchill. Todo eso y mucho más confiere carácter a una persona antigua y, sin embargo, joven, llamada Londres.