Fernando Aramburu



Se ha comparado repetidamente la guerra con el ajedrez. Aquí las blancas, ahí las negras y, hala, a combatirse hasta que uno de los contendientes se enseñoree de la parcela. Nada menos actual que un campo de batalla. Hace tiempo que no es preciso, ni siquiera útil, encontrarse con el ejército enemigo para aniquilarlo, particularmente desde que existen arsenales con cuyo contenido se podría tostar el planeta varias veces. Hoy la guerra es guerrilla, atentados, ciberataques y robots teledirigidos. Emboscadas y golpes bajos por un lado, represalia y disuasión por el otro. Las escabechinas, dosificadas a lo largo de los días, repartidas por toda la faz de la tierra, continúan. Antaño, una información oportuna podía procurar ventajas antes del y durante el combate, aunque a la postre los cañones decidiesen la batalla. Cuando el enemigo es invisible o ataca inmolándose, entonces los servicios de inteligencia son cruciales.