Agustín Fernández Mallo



Uno de los libros más interesantes que he leído últimamente, Atlas portátil de América Latina. Arte y ficciones errantes, de la argentina Graciela Speranza, finalista del último Premio Anagrama de Ensayo, trata de cómo deformar y retorcer mapas. Despliega aquí Speranza toda una batería de técnicas de análisis tan propias de la narrativa como de las artes plásticas para describir el trabajo de un buen puñado de creadores latinoamericanos que se mueven en el límite de diferentes lenguajes y narrativas: una feliz hibridación de lenguajes. Desde netos narradores como Sergio Chejfec, Mario Bellatín o Roberto Bolaño, a artistas visuales como Liliana Porter, Jorge Macchi o Doris Salcedo. Como bien se encarga de argumentar Speranza, todos ellos comparten la errancia a través de formatos expresivos, lenguajes y conceptos; traspasar fronteras -cuando no vivir en ellas-. Una deriva a través de escenarios físicos y virtuales, espacios que, globales, ya hemos aprendido a transitar. Una actitud que Nicolas Bourriaud en su imprescindible, Radicante, felizmente llamó, semionauta, y que a mí me gusta traducir como "nomadismo estético".



Una de las contribuciones de los dos nobeles de física -otorgados hace apenas una semana-, es la aplicación práctica de lo que en la física cuántica se da el llamar Principio de Superposición. Tal principio indica que si una partícula puede estar en dos estados diferentes, existe también la posibilidad de que esté en una "superposición" de ambos. Dicho de otra manera: la partícula puede estar en dos lugares o hacer dos cosas al mismo tiempo. Mientras leía el libro Graciela Speranza he pensado muchas veces en tal Principio de Superposición.