J.J. Armas Marcelo



Manuel Piar, el general venezolano de la independencia, llamaba a Bolívar "el general de las retiradas". Terminó fusilado por El Libertador, que ni siquiera tuvo en cuenta los lazos de sangre. Tengo para mí que el estereotipo no es válido en cualquier ocasión, sino en las contadas veces en que esa misma retirada, a tiempo y en su justa medida, se transforma en una victoria. Gracias al tiempo y muchos elementos mágicos.



A lo largo de estos lustros, he visto entrar en el escenario fastuoso de la literatura a muchos escritores que, en realidad, no lo eran. No es que no tuvieran nada que decir, que tampoco, sino que se les veían las plumas del pasajero que no tiene como fin el mismo viaje sino otro incentivo escondido. Quienes utilizaban de la literatura para establecerse en la sociedad, para triunfar torpemente en política o en la llamada con redundancia sociedad civil, entraban por un lado y salían, tiempo después, por otro. La literatura era un medio para ellos, porque el fin exigía un esfuerzo con el que ellos no contaban ni antes de saberlo ni después. Se fueron sin haber estado del todo y dejaron un vacío que nunca habían ocupado, un espacio neutro que no señalan ni siquiera las enciclopedias que todo lo señalan. Conocí a un poeta que lo quiso todo: usaba de la literatura hasta para jugar al tenis, para ligar señoras de todas las edades, para alimentar su ego, para conquistar el mundo, para doblegar a su familia, para que le dieran dinero y seguir escribiendo, para que lo quisieran más, para ganar premios, para levantarse por encima del resto del mundo y los escritores que lo aplaudían como un gran conseguidor de galardones. Al final, se acabó: bajó el telón de la obra y, aunque dice que sigue escribiendo, ya sabe en lo más hondo de su ruindad que no es poeta, aunque se lo hace, que no es escritor, aunque ya quisiera. Aquí, por ejemplo, una retirada a tiempo hubiera sido una pequeña victoria para él, que habría mantenido su dignidad a salvo.



Tengo para mí que un escritor de verdad no se acaba nunca, que un escritor de verdad siempre tiene muchas cosas que decir, que un escritor de verdad no se retira nunca. Que Philip Roth crea que debe retirarse porque ya lo escribió todo, y no quiera seguir viviendo en esa ansiedad que dice que le provoca la escritura, me parece un modo lógico de saltar un obstáculo con la coartada de la huida. Si a un Premio Nobel húngaro se le acaba la gasolina y decide no escribir más, y retirarse, porque el nazismo no le da para más, habría que sugerirle que se diera una vuelta por el mundo y olisquear a los rincones más sórdidos del alma humana: vería que ahí está el germen de cuantos asesinatos se cometen en el mundo en nombre de la patria, del orden, de la raza, de la nación y de la libertad. Un escritor no puede ni siquiera pensar en la muerte de la literatura, una retirada que en este caso sería una derrota desastrosa.



Hay, por contra, escritores que nunca han pensado retirarse del papel ni de la escritura literarias. Hay escritores que todos los días inventan mundos a partir de la esencia del alma humana y consiguen emocionar y hacer volar a sus lectores como lo consiguió con todas sus novelas Philip Roth, por quien voté en el último Príncipe de Asturias porque sabía que estaba cometiendo con placer un acto de justicia literaria. Hay escritores que tienen por escribir todavía más proyectos que los que llevan ejecutados o perpetrados y que ni siquiera son vencidos por la soledad o cercados por la vejez y sus miles de pequeñas esclavitudes. No creo que Roth se retire de escribir literatura. Supongo que al declarar que se va antes de tiempo está engañando a muchos de los fantasmas que seguramente lo han entretenido más de la cuenta durante los últimos años, tiempos en los que su memoria, cansada, entregó un poco de la carga que llena de ansia su corazón de escritor.



No creo que Roth se vaya. Volveremos a verlo, con un nuevo (y distinto) texto literario entrando en nuestras casas. Volveremos a verlo como lo que siempre ha sido: un escritor que no se rinde, que entiende la vida como una resistencia perpetua.