Image: La Portillo

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Opinión

La Portillo

Por Ignacio García May Ver todos los artículos de 'Portulanos'

7 diciembre, 2012 01:00

Ignacio García May


La primera persona a la que oí decir que Blanca Portillo sería una grande de nuestro teatro fue a Pepe Estruch, sentados frente a frente en aquel saloncito de recibir que tenía en su casa. Esto, hoy, parece una obviedad, pero es que entonces (y hablo de hace veinticinco años largos) Blanca era sólo una estudiante más que terminaba el último curso en la Escuela de Arte Dramático. Estruch siempre tuvo un ojo de águila para estas cosas. A veces la gente pregunta: pero lo de la Portillo, ¿es para tanto? Pues mira, voy a mojarme diciendo que, efectivamente, lo es: Blanca es una estrella en el sentido original y correcto del término. La palabra, en sí, está muy devaluada. Se la adjudicamos al primer chilapastroso que salga tres veces seguidas en la tele haciendo ostentación de los rasgos más superficiales del famoseo: el comportamiento extravagante o la exhibición de la riqueza adquirida a base de firmar contratos publicitarios. Pero a la estrella se la llama así porque resplandece, en escena o en pantalla, no por vivir en una mansión de lujo o casarse en la Polinesia. Hay instantes en La vida es sueño que me recordaban la actuación colosal de María Falconetti en la Juana de Arco de Dreyer: en ambos casos hay algo en la interpretación que va, por decirlo así, más allá del deber, incluso más allá de la calidad objetiva. Tiene uno la espeluznante impresión de que en cualquier momento esta mujer va a empezar a arder desde dentro, como en esos misteriosos casos de combustión espontánea que aparecen a veces en los diarios. La Portillo es una actriz monumental y por eso lleva el artículo delante: como la Xirgu, como la Duse.