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Opinión

Volver a Comala

Por J.J. Armas Marcelo Ver todos los artículos de 'Al pie del cañon'

25 enero, 2013 01:00

J.J. Armas Marcelo


De vez en cuando es muy saludable regresar a Comala, esa ciudad de seres vivos (aunque muertos, ahí está parte de la poética) que se levanta en la imaginación de Juan Rulfo y conquista al más rebelde de los lectores. Volví a leer Comala el fin de semana pasada. Pensé repentinamente en México, en la magia verbal del mexicano y en la magia literaria de Rulfo. Lo recordé hablando conmigo en el Colegio de México. Le pregunté qué estaba escribiendo y el Maestro echó encima de mi voz y mis ojos una bocanada de humo. "Días de floresta, así se titula la novela que estoy escribiendo", dijo, y volvió a su humo y a su mutismo. Ya no tomaba sino Coca-Cola y yo lo miraba con el mismo estupor intelectual con el que leí por primera vez Pedro Páramo. La primera vez, la segunda, la tercera. Comala es un universo invencible: el lector se ve dominado por esa escritura mágica desde el primer momento y ya no termina de leer, con su paradoja y todo: quiere terminar de leer la novela cuanto antes, pero al mismo tiempo no quiere y demora la lectura de las últimas páginas. Guillermo Sheridan relata una vez más en una nota del último número de LetrasLibres que, en origen, y ahí están las cartas del poeta, lo que luego sería El laberinto de la soledad fue un intento de Paz por escribir una novela poética que explicara la guerra de los dioses mexicanos, dónde estaban, o si estaban o no, porque cuando los dioses se van aparecen los fantasmas... El texto de Paz terminó siendo un insoslayable documento de exégesis para entender la poesía, la palabra y la mitología mexicana, que para los mexicanos es la mitología del mundo. ¿Y Comala? Desde la primera palabra hasta la última, y aunque el escritor no lo tuviera en su mente (o sí, no lo sé), es una interpretación de su mundo, una interpretación del mundo que crea a través de la escritura un universo literario autónomo, que respira por sí solo en cada una de sus palabras. ¿Y cuál es la unidad métrica-literaria de Pedro Páramo? Como en El laberinto de la soledad, es la palabra. No la frase, ni el párrafo, ni el capítulo: la palabra desnuda, una a una, cada una situada en su lugar, porque las palabras sobran, lo que falta es el lugar exacto donde deben situarse.

De modo que volví a Comala la semana pasada a encontrarme una vez más pedro-páramos, a hablar con el texto literario de Rulfo y a acercarme inútilmente a esa imponente mitología que Rulfo describe y descubre con su escritura. Se cuenta, y no es exactamente una leyenda urbana, que estando García Márquez en dificultades de escritura, en un momento de la redacción de una de sus importantes piezas literarias, entró por la puerta de su casa una noche su amigo Álvaro Mutis y le regaló un libro. "Tenga", le dijo, "para que aprenda a escribir". Era un ejemplar de Pedro Páramo. Se cuenta, y yo estaba allí, en casa de Paco Ignacio Taibo I, en México D F, que alguien dijo un día delante de García Márquez que Rulfo no sabía literatura. "Pero sabe hacerla mejor que todos nosotros", contestó cortante García Márquez.

Otro día, durante un cóctel en la embajada española en México, un grupo de escritores españoles saludaba al embajador. Nuestro embajador, un nombre afable y educado, trataba de ser cercano y resultaba lejano. "Leo tus últimas cosas", le dijo a Caballero Bonald. "Me han gustado mucho tus poemas", le dijo a Vaz de Soto. "Los tuyos también me gustaron", me dijo a mí. Y a Carlos Barral lo siguió relacionando con Seix Barral como si fuera todavía director de aquella editorial que él fundara muchos años atrás. A la mitad de la recepción, se me acercó un joven muy correcto, implacablemente vestido y se presentó sorprendentemente. "Hola, soy Pedro Páramo", me dijo. Comprendan mi estupor y mi recurso literario. "Y yo el Coronel Aureliano Buendía", le contesté con una carcajada. Lo bueno es que realmente se llamaba Pedro Páramo, era corresponsal de Cambio16 en México en aquel momento y terminó siendo muy amigo mío (lo es hasta hoy). Cuento la anécdota entusiasmado todavía por mi última lectura de Pedro Páramo y toda la mitología queva arrimándose a un texto literario tan mágico como mítico, tan lleno de leyenda como pleno de mística poética. Comala es México y es el mundo. Un texto literario que escribieron los dioses por mano de Juan Rulfo, uno de sus elegidos.