Agustín Fernández Mallo



Las fronteras entre países acostumbran a ser dibujadas como resultado de contiendas armadas en combinación con accidentes geográficos naturales más o menos llamativos. Incluso esas que a vista de satélite vemos como arbitrarias, trazadas a tiralíneas, poseen un gran sentido: darle una razón política a la Tierra allí donde todo es hielo de Polo Norte o arena de desierto. Pero me gustaría comentar una frontera en concreto, tremendamente extraña, la que separa Corea del Norte de Corea del Sur, países que forman, conjuntamente, una península. O por lo menos la forman durante el día, a la luz del sol -pueden ustedes entrar en Google Earth y comprobarlo-, porque si pudieran ver esas dos coreas por la noche -fotografías aéreas así lo demuestran-, comprobarían que cuando se va el sol Corea del Norte no existe, desaparece. De modo que, súbitamente, Corea del Sur se convierte en una isla.



El motivo no es otro que el mandato gubernamental mediante el cual los ciudadanos del país del Norte se hallan obligados a no encender ni una sola luz durante la noche: visto desde el cielo, su vecino Corea del Sur a esas horas aparece solo, rodeado de una profunda oscuridad, flotando en un mar o en la nada. No puedo imaginar frontera más efectivamente geopolítica.



Cada año por estas fechas se me aparece esa imagen nocturna de las dos Coreas porque, en efecto, agosto es el gran apagón, el mes más oscuro del año, especialmente para las así llamadas actividades culturales, que desparecen del mapa. Agosto es la Corea del Norte del calendario. Zona cero, encefalograma plano. Cerebros que, inanes, se van secando como algas al sol. Espero sobrevivir hasta septiembre. Lo veremos.