J.J. Armas Marcelo



Algo está pasando literariamente allá abajo, en las islas del sur, en Canarias. Un grupo muy numeroso de escritores de todas las islas crece y se desarrolla en una sociedad que, como siempre, vive de espaldas a sí misma, pero eso no les importa mucho a los escritores, que trabajan más por convicción literaria que por intereses de otra índole. Algo pasa para bien, literariamente, en las islas, frente al Sahara, en plena crisis, tal vez por la crisis o pese a la crisis. La sociedad, la buena sociedad que va a la ópera a mirarse los trajes y la gordura nueva, no se entera, no presta atención: nada nuevo, pues, bajo la panza de burro, o bajo el sol, o a la sombra del mar, o al pie del Teide. Pero hay un montón de escritores que maduran en plena crisis, empezando por Emilio González Déniz, cuyo filón literario se titula Las crónicas del salitre y cuya mejor novela es Bastardos de Bardinia, irónica, socarrona, muy bien escrita, descriptiva y llena de personajes; sin olvidar su Hotel Madrid. Siguiendo por Domingo-Luis Hernández, director de la centenaria "La Página" y autor de Erik el zurdo. Digamos que algo pasa con José Luis Correa (Me mataron tan mal y Blue Christmas, por ejemplo), que publica en Alba; o con Alexis Ravelo (Morir despacio y La estrategia del pequinés); sí, algo está pasando, curtiéndose en Santiago Gil (Yo debería estar muerto, Las derrotas cotidianas, Queridos Reyes Magos), generoso, intelectualmente preparado, escritor de inteligencia intuitiva y poética; añadamos a Juan R. Tramunt (La ceniza que avanza, La hembra del centauro y la reciente La piel de la lefaa; y a María Jesús Alvarado (Suerta Mulana y Sorimba, citemos a Alicia Llarena, insustituible en la historia de Mercedes Pinto, y en su obra de creación literaria; algo para con Teresa Iturriaga (Gata en tránsito, prologada ya por Caballero Bonald), y Rubén Benítez Florido (Palos de ciego y Sísifo merece ser feliz). Y hay más escritores, muchos, desde Ángeles Jurado y Tina Suárez a Oswaldo Guerra y el poeta Pedro Flores. Eso en Gran Canaria, y me dejo atrás muchos más nombres, y lo siento. En Tenerife aflora lo mismo: literatura, literatura, literatura, con vocación, ilusión, pasión y convicción. Pablo Martín-Carbajal, Jarvier Hernández, Bruno Mesa, Victor Alamo de la Rosa, Mariano Gambín, Daniel María, Víctor Conde, Alvaro Marcos Arvelo, Yolanda Delgado, el gran loco intelectual, heterodoxo y genial Rafael-José Díaz.



Y está en La Palma el mejor escritor de cuentos de las islas del sur, a la altura de cualquiera de los importantes escritores de cuentos de América Latina y España, Anelio Rodríguez Concepción (La Habana y otros cuentos, La abuela de Caperucita), y en Madrid, Nicolas Melini (El futbolista asesino, La sangre, la luz, el violoncelo), que tiene dos problemas graves entre otras características de gran escritor: dice verdades com o puños y sabe decirlas, es decir, que quien lo lee sabe que escribe muy bien, y eso en este medio de la literatura, son dos incentivos para los mejores pero dos problemas para los mediocres, que son la mayoría.



Hace tiempo que no estaba así de contento con las islas del sur. Hace mucho tiempo que no me encontraba allí conmigo mismo, y ahora me encuentro con los textos de estos escritores, muchos de ellos ya lanzados en la llamada "Generación 21", una suerte de aglomerado del que tiene que salir la gloria, lo digo por convicción literaria, y por lo que veo: se respetan, se leen, discuten, aparecen juntos en público, van a los actos culturales de todo el mundo, son inteligentes, preparados y generosos. De modo que los editores de verdad de este país tendrían que poner atención en las islas del sur en estos momentos cuando ya quedó atrás la Generación del 70, que prometió mucho en su juventud y se ha quedado a medias entre la nada y el mar, esa suerte de Atlántico que nubla, no deja ver el horizonte que es la verdadera insularidad, según Walcott, según Millares, según algunas autoridades en estas lides de la geografía literaria.



De manera que pongan atención en las islas, editores de España, donde arde el volcán de la literatura más que nunca, que no es el sueño de una noche de verano, sino una realidad que crece más allá de los luminosos de los medios informativos y del silencio siempre analfabeto de la sociedad insular, esa que va a la ópera a verse los trajes y la gordura nueva.