Fernando Aramburu

Tiempos hubo no muy lejanos en que era posible descubrir tierras ignotas. Llegaba un explorador, tras largas y fatigosas jornadas, a una isla o un río aún no consignados por los cartógrafos, y se podía permitir el gusto de asignarles nombre. El suyo propio, por ejemplo, o el de su esposa, su rey, un santo de su devoción. Hoy día está casi todo el planeta pisado. En los casquetes polares los helicópteros descargan gente que pasea y conversa. Al Everest suben los turistas en fila india. La soledad se ha retirado a los fondos marinos y a alguna que otra cueva secreta. Al parecer la globalización, la facilidad para viajar y las imágenes desde satélite indujeron a algún precipitado a dar por muerta la geografía. Menos mal que ahí está Robert D. Kaplan para recordarnos que no es lo mismo vivir en un sitio que en otro.