He tenido ocasión de conversar con personas fervorosas de Murakami. Me pareció entrever en todas ellas una pulsión religiosa. Recuerdo, en un círculo de lectura, a una contertulia ofendida por unos reproches estrictamente literarios que un lector más aficionado al arte de la novela que a la luz del amanecer en las conciencias dirigió al escritor japonés. Recuerdo las lágrimas de otra durante un intercambio de comentarios acerca de un episodio no extraño en las novelas de Murakami, el suicidio. Como en su día Hermann Hesse, este escritor de éxito parece mostrar a sus innumerables lectores un camino más o menos de salvación. En todo caso, un camino que conduce a esperanzas y culminaciones. Tenemos un alma, existen el amor y la belleza, alcanzamos plenitud en la convivencia armónica, en el sexo ritualizado; nos amenazan la soledad y la tristeza sin fondo. Disfrute quien tenga paladar.
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- Y tú que Io veas, por Elena Vozmediano
- iQué raro es todo!, por Álvaro Guibert
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- El incomodador, por Juan Sardá
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