Primitivos de nuestra era
Gonzalo Torné. Foto: Antonio Moreno
En su novela Divorcio en el aire (Mondadori, 2013), Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) narraba la implosión de una pareja. Ahora estrena en estas páginas una bitácora semanal y desmitificadora sobre una Red explosiva: blogs, redes sociales, realidades virtuales, promesas tecnológicas... Para no despistarse.
Algo parecido ocurre cuando se intuye una innovación tecnológica. Al cinematógrafo le precedieron diversos dispositivos que jugaban con las luces y las sombras (linternas mágicas, cajas ópticas) y antes de imponerse tuvo que competir con aparatos de nombres fantásticos, como el fenaquistiscopio, el kinetoscopio, o el zoótropo (parece que se impuso el cachivache con el nombre más aseado). Hasta donde sabemos los ciudadanos de a pie, la Red, que ha terminado por convertirse en un agente privilegiado de nuestra vida social, no tuvo que competir con un modelo alternativo. Desde un primer momento se nos presentó como un instrumento de implantación mundial, y numerosos especialistas (que empezaron a brotar desde el primer instante) nos han inducido a creer que su desarrollo se parecía a uno de esos muebles con instrucciones para montar en casa, algo predeterminado paso a paso; una secuencia configurada de antemano de manera que podía preverse con escaso margen de error cómo íbamos a consumir y cómo íbamos a comunicarnos en el futuro.
A estas alturas ya hemos asistido a diversas transformaciones de la Red y a varias profecías incumplidas: ni la publicidad digital ha resultado tan rentable ni termina de despegar el ebook, los chats han ido perdiendo fuelle, la salud del blog literario es más precaria que la de la novela con la que iban a arrollar, y se han renovado los nombres de los buscadores y los gestores de correo. El mundo virtual no parece seguir ninguna pauta de despliegue previsible, destinada a transformar el mundo "real", cuando no a colonizarlo, ni como negocio ni como reserva de usos sociales. La Red se nos presenta mas bien hoy como un área más (y bien real) del mundo, acompasada a las transformaciones sociales y sujeta al empleo que le damos entre todos los usuarios, movidos por intereses y caprichos propios, vulnerables todos a la seducción ajena, ya sea crematística o simbólica.
Durante el periodo de asentamiento del mundo virtual, los años en los que todavía conocíamos a varias personas que no tenían correo electrónico, nos acostumbramos a asociar Internet con el futuro, con un futuro de ciencia-ficción que se había fundido en nuestro presente. Ahora que ya está plenamente implantada, y todos los ciudadanos nos encontramos metidos en faena, resulta un tanto embarazoso vernos a nosotros mismos cómodamente instalados en el porvenir. Más justa me parece la idea de Félix de Azúa de que somos primitivos de nuestra época, que estamos dando pasos titubeantes en zonas que no están todavía bien asentadas ni reguladas, que nos rodean hábitos y marcas que en unos años nos sonarán como el fenaquistiscopio o el inquietante zoótropo. Que todo está, como de costumbre, por interpretar, y que debemos hacerlo mientras muda a la velocidad de los cambios humanos.
Sirva este preámbulo como declaración de intenciones sobre una sección que intentará entresacar de la inmensidad del campo virtual los proyectos críticos y literarios de mayor interés, con excursiones a otras artes, atendiendo a los usos y a las retóricas que han ido a menos o han caído en desuso, y a cómo se exponen y a qué aspiran sus protagonistas. Pese a que todavía somos primitivos de esta página, y cualquiera sabe, se trataría también de acercar a los grandes altavoces de la prensa cultural sonidos de interés todavía poco audibles.
En cuanto a mí debo advertir que no soy un actor demasiado activo en internet, claro que tampoco comparezco aquí como uno de tantos especialistas desbordados a diario por las veloces alteraciones de la realidad virtual. En mi trabajo como novelista (una tribu a quienes nada de lo que es humano debería serle ajeno) he comprobado que participar en una representación en un papel secundario puede facilitarnos que reparemos en detalles claves del desarrollo de la obra.
La identificación del novelista con el detective es una imagen muy sugestiva (¿a quien le disgustaría que por una vez le confundieran con Sherlock Holmes?) y ha hecho justa fortuna. Pero en lugar de pensar en el novelista como alguien que se esfuerza en satisfacer una demanda privada, prefiero verle como una suerte de agente doble, que no se deja asimilar por completo a ninguna comunidad, que tiene entre ceja y ceja mantener su independencia. Un individuo que debe manejarse entre los intersticios de dos ámbitos que se interesan (nadie espía lo que le resulta indiferente) y que veces se miran con recelo o desconfianza, bien alerta por si debe alterar sus jugadas en función de unas circunstancias que no van a esperar a que asiente sus tesis. Quizás sea una visión demasiado ventajista del agente doble, pero en tiempos de paz podríamos imaginarle no tanto como a un desaprensivo que traiciona a dos clientes, sino como alguien cuya lealtad está comprometida con mantenerse despierto, con no despistarse, con acertar en escoger aquellos rasgos de un mundo que puede interesar al otro, para interpretarlos de manera sugestiva. En ese caso, bien podría ser que, mientras pasa información de un lado a otro, termine por beneficiar y servir a ambos bandos.
Ojalá les sirva.