Lucidez en la granja
Fernando Aramburu
George Orwell tuvo una vida ajetreada. Hoy aquí, mañana allá, el periodismo le ofreció un molde adecuado para dar forma a lúcidas glosas y testimonios del tiempo histórico que le correspondió. Fue policía colonial, padeció la pobreza, visitó la guerra, contrajo la tuberculosis que finalmente lo aniquiló. Un principio estricto guía su actividad intelectual, el de pensar por cuenta propia. Como tantos hombres perspicaces, reacios al fanatismo, cultivó con saludable frecuencia la ironía. Sus escritos son de mala digestión para sectarios. Abominó del totalitarismo en sus diversas modalidades. Postular el socialismo no le impidió creer en la democracia. Contrario a la mentira, defendió un concepto práctico de la libertad al servicio de los individuos, no de las ideas. Previó un mundo de seres vigilados, sin vida privada, del que los ciudadanos actuales acaso no estén lejos. En mi biblioteca comparte balda con Chaves Nogales y Camus.