Alexander Pereira, George R.R. Martin, Pablo Llorca y José Carlos Somoza

Ya pueden ustedes pasarse por Gigamesh, la librería friki más grande de Europa. Está en Barcelona y tiene 500 metros cuadrados y kilómetros repletos de fruslerías para mitómanos de toda la galaxia, incluida la literaria. El dueño, Alejo Cuervo, que suma a la pasión por la ciencia-ficción su militancia en los movimientos sociales, es un tipo listo y poco conocido en el mundillo editorial, además de millonario. Porque Gigamesh, que es también editorial, se hizo en su día con los derechos de un tal George R. R. Martin, padre de Juego de tronos. Tanto dinero ha ganado... que seguirá vendiendo libros. A la première acudieron primeros espadas (láser), del frikismo nacional: por ahí andaban Félix J. Palma, Ian Watson, José Carlos Somoza...



Selfies en los Oscar, selfies en los funerales de los grandes mandatarios, selfies en la farándula, en el deporte, saturando las redes sociales... Me empiezan a cansar los selfies. También los literarios. Y no lo digo sólo por la cantidad de escritores que pasan las horas promocionándose en las redes (si quieren nombres, consulten Instagram, que da muchas pistas). Lo digo por el regusto que despliegan en escribir de sí mismos. Antaño la autoficción fue una novedad. Hoy es una plaga.



El polifacético Pablo Llorca se patea nuestra geografía con su película Un ramo de Cactus, presentada en las "resistencias" del Festival de Sevilla y próximamente en los certámenes de Bradford, París, Montevideo y Lisboa. Con fotografía de Wiro Berriatúa y producida por La Cicatriz y La Bañera Roja, Llorca ha contado con el actor Pedro Casablanc para hablarnos de los acentuados contrastes entre la gregaria vida de la ciudad y el retiro del campo. Así es Llorca, el eslabón perdido de nuestro cine independiente.



El tendido 7 de la Scala, los bulliciosos loggionisti, tiene intimidado a buena parte del star system vocal. Algunos cantantes prefieren mirar para otro lado cuando les citan en Milán. Alexander Pereira, próximo pope del templo scaligero, quiere terminar con los abucheos. Acaba de reunirse con los radicales para pedirles comprensión y contención. "Hasta Pavarotti tenía una mala tarde", les ha dicho. Le toca ser diplomático. No puede prescindir de las grandes figuras para que los maltrechos balances de la Scala levanten el vuelo.