Gonzalo Torné

Siempre alerta a las novedades que deparan las redes sociales el crítico Vicente Luis Mora señalaba en su Facebook cierto malestar que le invade al leer las opiniones de los usuarios sobre alguno de los centenarios en boga, el rumbo de la política internacional o la guerra que toca televisar esta semana.



Para justificar su aprensión, Mora distingue entre la charla en un entorno familiar, y las frases que cazamos al vuelo en una cafetería o en un autobús. En ambos ecosistemas se puede improvisar sobre cualquier asunto: "el armadillo común, la política exterior búlgara, el baloncesto australiano o la posibilidad de amistad entre hombre y mujer". Pero mientras que entre los conocidos: "la sensación de familiaridad nos une y crea una mampara de protección: precisamente porque somos amigos aquí se puede hablar de cualquier cosa y tu opinión es bienvenida, por disparatada que sea"; en el segundo supuesto, sin la atenuante del afecto, nos volvemos mucho más estrictos, y no tardamos en preguntarnos qué sabrá este hombre sobre Oriente Medio, el derecho laboral o los mamíferos cingulados.



Mora propone una "ética" de la distancia: cuando escuchamos "de cerca" lo hacemos con un afecto condescendiente, y cuanto más nos "alejamos" más se tensa nuestro juicio. Los usuarios que nos provocan mayor vergüenza ajena serían aquellos que peor calculan las distancias: "esa sensación de incomodidad creo que tiene su origen en que exponen su opinión como si estuvieran en familia, sin darse cuenta de que, en realidad, están en el autobús".



Añadiría apenas que para el hablante del mundo real es mucho más sencillo reconocer si está en el comedor familiar o en el autobús que para el usuario de redes cuyos receptores adoptan un perfil mucho más borroso. Me explico dando un pequeño rodeo: cualquiera a quien se le acumula correo por responder conoce esa sensación de irse poniendo y quitando caretas a medida que comenta, alienta, solicita o disuade a sus interlocutores, que pueden provenir de ambientes muy distintos (laboral, familiar, amistoso…). No se trata de las "máscaras de hipocresía" en la que nos ha enseñado a creer la retórica de la autenticidad, qué tontería, sino de caretas veraces que responden a las distintas exigencias que abordamos a diario (como hijo, empleado, hermano…) pensadas para adaptarse a sensibilidades y complicidades muy diversas, y sin las que sería irresponsable y suicida manejarse en sociedad.



A menos que uno se abra tantas cuentas virtuales como "máscaras sociales" emplee en el mundo real, el usuario se enfrenta a una drástica reducción de sus posibilidades de emisión, rodeado como está de "seguidores" que provienen de ámbitos distintos, a veces completos desconocidos. Por mucho que tenga en mente al publicar un círculo de leales (que luego igual ni le leen) parece inevitable que opiniones pensadas para el salón familiar terminen oyéndose en el autobús. Y si nos ponemos ahora en la piel del receptor también parece inevitable que en las redes sociales leamos varias veces al día frases que nos provoquen malestar o pudor, sencillamente porque la careta que la pronunció no estaba confeccionada pensando en nosotros.

Autenticidad

La dificultad de mantener en redes sociales cierta coherencia supone un duro lastre para la generalizada aspiración de "ser auténtico". Sin embargo, existen algunas cuentas cuyo empeño por mantenerse fieles a sí mismas han conseguido notables resultados. En ese empeño podría destacarse, un simpático perrito especializado en ladrar a las cuentas que no le gustan (en especial a las de Jodorowsky y Coelho); también se podría destacar, una cuenta-tostadora que leal a su condición sólo tiene dos posiciones: "tostando" y "tostada hecha". Todavía más sofisticada en cuanto a "mismidad" es la ambulancia, con variadas emisiones acústicas, todas estridentes. Sería divertido averiguar quien está detrás de estas cuentas (doy por hecho que no es un wookie quien gestiona el perfil de Chebwacca) y cuál es su propósito último, pero conviene celebrarlas hoy porque nos ofrecen una pista muy valiosa sobre cómo podría alcanzarse la autenticidad: rebajando los objetivos personales tanto como nos sea posible.