Fernando Aramburu

Richard Dawkins nació aquí, vivió allá, tuvo ancestros pintorescos (mi favorito: aquel al que le pasó la bala de cañón entre las piernas). En 1976 alcanzó fama mundial con la publicación de El gen egoísta. Y desde entonces es habitual que le apliquen apelativos encaminados a tratar de fijar la figura, porque no hay cosa que desazone más al público que la presencia de lo que no se deja definir ni interpretar. Biólogo partidario de la teoría de la evolución, ameno divulgador científico, ateo convencido, no estaría de más añadir que es un excelente escritor. Richard Dawkins ha refutado con denuedo el creacionismo y las que él considera falacias de la religión. Sus memorias permiten averiguar que es, por encima de todo, un celebrador de la vida, un hombre no necesariamente optimista, pero positivo. Algo de poeta hay en esos ojos suyos que ven el mundo hermoso y explicable.