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Opinión

Andrea

19 diciembre, 2014 01:00

Ignacio García May.

No me gusta demasiado escribir necrológicas. Si el fallecido es alguien cercano y querido, cuesta mucho trabajo reducir la emoción a información. Si es un desconocido, siente uno que sólo está diciendo cosas que la Wikipedia cuenta con más detalle. Y si se trata de uno de esos canallas con prestigio que tanto abundan, hay que morderse la lengua, porque no es muy digno (aunque sí muy español) atacar a quien ya no puede defenderse. Dicho esto, no he querido dejar de rendirle un humilde homenaje a Andrea D'Odorico. En realidad le conocía poco, lo que, según mi clasificación, le condenaría al artículo wikipédico. Y sin embargo, ese poco era de tan rara y feliz intensidad que he sentido su muerte como la de un amigo: éste era un hombre que se hacía querer. ¿Se me considerará frívolo si digo que me fascinaba su aspecto? Andrea era muy alto, y como solía llevar gabardinas largas y abrigos, y un sombrero oscuro de ala ancha, me parecía siempre que en su juventud había sido Judex, o La Sombra, y que había abandonado la lucha contra el crimen para dedicarse a la producción teatral. Ya sé que era arquitecto, y que había estado desde siempre en el teatro, y he visto muchos de los montajes a los que aportó su espléndido talento escenográfico, pero mi versión me gusta más que la realidad. Cuando mis amigos actores recibían una oferta de Andrea se ponían contentos; porque eso significaba trabajar en producciones interesantes y con condiciones laborales dignas. Andrea era de esos productores (los hay, y hay que reivindicarlos), que se preocupan por merecer el respeto y el cariño de quienes trabajan con ellos. Lo consiguió.