Image: Irrealidades del realismo

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Opinión

Irrealidades del realismo

19 diciembre, 2014 01:00

Gonzalo Torné

El tema "cultural" estrella de estos meses probablemente haya sido el retrato que Antonio López ha pintado de la familia real, una polémica que se ha articulado en dos tiempos.

El primero de ellos coincidió con el anuncio de que el cuadro se iba a entregar y exponerse. El elemento que suscitó mayor controversia en la Red fue el tiempo de elaboración que, por redondear, se calcula en unos veinte años. No fueron pocos los que se mostraron escandalizados por el plazo, empezó a proliferar esa clase de humor al que se le ve la intención cómica pero no la gracia, y pienso que Álvaro Colomer resumió el sentir de unos cuantos con este tuit: "¡Dejen trabajar al artista!".

En este punto la discusión se centraba en el valor del tiempo, que no sólo es subjetivo, como todo el mundo sabe, sino que también debe calcularse en función de la empresa. El plazo de López venía a recordar que no siempre es posible asociar el trabajo a una duración estipulada, que la tarea de un pintor con ambiciones artísticas está abierto al fracaso, a que a uno no le salgan las cosas como esperaba o que, sencillamente, se le atoren.

Meses después el cuadro se ha exhibido y ha levantado la segunda oleada de controversias, basadas ahora en la calidad del resultado. Alberto Olmos emplazaba la discusión sobre el cuadro a la estética que lo ampara: "Antonio López ha sabido captar todo lo que uno detesta del realismo", muchos han recurrido a la película de Erice donde se levantaba acta de la "relación" del pintor con la luz (que parece comprometido en congelar) para explicarse la fascinación o el estupor que sentían, y algunos especialistas recordaban la excentricidad del encargo: López apenas ha pintado retratos y nunca había trabajado con fotos. Todo esto envuelto de cientos de comentarios favorables.

Más o menos por las mismas fechas he descubierto las fotografías que de la superficie terrestre hace el satélite más potente, y que se pueden consultar en The Guardian. Lo que más sorprende del resultado es que pese a tratarse de la lente más poderosa y precisa los resultados sean vagamente irreales. Las dunas de Argelia recuerdan a los fractales generados por ordenador, el estuario del Támesis parece fluir como un tejido alienígena, iluminadas sobre un mar nocturno las islas de coral adoptan la forma oblonga de los glóbulos, y las nubes que flotan sobre el pacífico sur parecen pintadas con las misma técnica que los cuadros blancos de Barceló: telas abstractas donde se agitan inesperadas y diminutas formas figurativas.

Ninguna de estas imágenes está tomada en busca de un efecto artístico, sino que son una selección de las muchas que el satélite captura semanalmente. ¿Las rebaja o las descalifica como arte? No estoy muy seguro. Pero no deja de ser curioso que esta sensación de artificio, de intencionalidad y de alteración provengan de unas fotografías que no pueden ser más detalladas. Lo que nos invita a reflexionar sobre los efectos irreales de cualquier realismo.

La mirada del satélite

Las fotografías que he comentado se inscriben en un proyecto más amplio amparado por el departamento de la NASA que se ocupa del Cambio Climático Global. La página correspondiente permite "volar" con la flota de misiones satelitales e informarse en "tiempo real" de las quince en activo que se encargan de estudiar, entre otras cosas, la altura del mar, las temperaturas globales, las corrientes marinas, la concentración de dióxido de carbono o la distribución del Ozono… esto es: que vigilan las constantes vitales del planeta (y también la basura estelar que no deja de aumentar). Entre las muchas cosas que uno puede pensar sobre esta "experiencia" en 3D se me impuso la idea de la enorme cantidad de tiempo que ha tenido que transcurrir para que sedimentasen los escenarios orográficos, y los siglos imprescindibles para que la NASA pudiese mostrarnos como era la "realidad" donde la especie ha vivido desde siempre y que nunca había sido capaz de ver.