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Cuento de Navidad
Ignacio García May.
Érase una vez un Ministro de Cultura al que no le gustaba nada el teatro. Ebenezer Wert, que así se llamaba nuestro hombre, dedicaba su inmensa energía a inventar nuevos impuestos y normativas con los que torturar a los teatreros. En realidad, y freudianamente hablando, lo que le pasaba es que les odiaba porque ellos, a su vez, amaban a Podemos, pero no a él, y por eso era tan gruñón. Una noche, mientras estudiaba la idea de imponer dos IVAS a la vez al teatro, se le apareció Federico García Lorca. Soy el Fantasma del Teatro Pasado, dijo el de Granada, y tomando a Wert de la mano se lo llevó a través del tiempo y del espacio para enseñarle cosas hermosísimas: Lope ensayando en un corral, Buero escribiendo el borrador de La Fundación, Valle en el momento de idear Luces de Bohemia, María Jesús Valdés recitando, Jardiel riendo, y otras imágenes gloriosas. De vuelta en el despacho, Federico se esfumó y apareció en su lugar una actriz, una chiquita joven con ojos enormes. Soy el Fantasma del Teatro Presente, dijo. Y enseñó a Wert cosas no tan bonitas: actores trabajando en infames condiciones laborales, teatros infrautilizados y hasta abandonados, gentes varias que se metían en los bolsillos dineros que no les pertenecían en absoluto. Finalmente, la muchacha desapareció también y Wert, que había leído a Dickens, o por lo menos había visto alguna versión cinematográfica de la historia (hasta se acordaba de una con canciones), se sentó a esperar al tercer espectro. Pero fue en vano, porque no apareció. No podía, porque no era posible un Teatro Futuro si el Presente continuaba igual. De corazón: Feliz Año Nuevo a todos. l