Gonzalo Torné
No deja de ser una impresión personal, por supuesto, pero tengo la sensación de que las expectativas de que literatura imaginativa iba a renovarse desde la Red han ido un tanto de baja o que por lo menos, dado el carácter cíclico de muchas de estas "expectativas", parecen ciertamente atenuadas. Apenas tenemos noticia ya de libros basados en blogs, escasean los premios dedicados a bitácoras literarias, e incluso las novelas compuestas de tuits o mensajes telefónicos han perdido empuje en los medios.Aprecio, sin embargo, que sigue muy vivo el ánimo de ejercer la critica literaria en la Red. El formato que predomina oscilaría entre la opinión y el comentario de libros que emulan la reseña periodística. Los mejores o los más útiles son aquellos que perseveran en un área (ya sea por criterio geográfico, idiomático, temporal o de género) pues de manera casi inadvertida van trazando con la tinta de su "gusto" un mapa orientativo del territorio en el que están emplazados.
Alguna vez he insinuado que echo de menos estrategias críticas más audaces o innovadores en la forma. Sobre todo echo de menos (y no sólo en castellano) una crítica que subordine la expresión o el gusto de la personalidad del reseñista a una vocación de servicio, casi pedagógica, esquivando, a poder ser, las arideces taxonómicas y la frecuente dureza de oído de tanta crítica académica.
¿Y cómo se hace algo así? La semana pasada les hablé de lo útiles que son para el lector "completista" las detalladas listas de obras que Wikipedia ofrece de numerosos narradores y poetas. Consultando estas listas se me ha aparecido en ocasiones una página o un blog que falta (o que yo encuentro) que se dedicase a indicarnos a los lectores legos cuál es la "mejor" puerta de acceso a un autor.
Supongo que todos tenemos la experiencia de no compartir el aprecio que lectores de fiar sienten por un novelista sencillamente porque hemos errado en el primer libro que escogimos para entrar en su mundo, o que nos paralizamos ante escritores con una bibliografía extensísima, como, sin ir más lejos, la del último premio Nobel, Patrick Modiano (una treintena de novelas, nada menos). Se me reprochará que se trata de una cuestión de gusto, y que es imposible trazar una ruta objetiva, pero también parece evidente que hay libros (por menores, por ajenos al talento característico, por fallidos) por los que nadie debería empezar, y que si las rutas se enriqueciesen en indicaciones específicas (de tono, de extensión, de ambiente…) se podrían ofrecer diversas alternativas válidas.
El caso es no quedarse frente al autor (un proceso que puede prolongarse años) con la misma cara indecisa y aturdida que el protagonista de la parábola de Kafka: obstaculizando con nuestras dudas la entrada que una vez transpuesta bien podría revelarse como esa clase de libro que parece escrito expresamente para nosotros. Si se ponen al frente de la empresa críticos tenaces y cultivados nos harían un gran servicio. A ver si alguien se anima.