Agustín Fernández Mallo
Y de pronto me vino a la cabeza la imagen del poeta Gabriel Ferrater, quien con 35 años de edad dijo que se suicidaría a los 50, y pensé en lo extraño que es diseñar tu vida con semejante grado de perfección, conocer la fecha exacta de tu propia muerte. Según contó Justo Navarro en su libro F., (Anagrama, 2003), la revelación de que se mataría antes de cumplir los 50 se la hizo Ferrater a Jaime Salinas en un café de la Plaza Prim de Reus. Bebían ginebra en tanto esperaban el taxi que debía llevar a Salinas a la estación de tren, cuando, además de lo dicho, le explicó los motivos: "Los 50 son una edad en la que uno ya ha hecho todo lo que tenía que hacer". La futura muerte de Ferrater corrió como la pólvora, pero nadie podía saber si era una convicción real o se trataba de una boutade. El suicidio se consumaría el 27 de abril de 1972; en efecto, a sus 50 años de edad. Además de autor del celebrado poemario, Teoría de los cuerpos, Ferrater era un reputado lingüista que acerca de cualquier tema escribía artículos para enciclopedias: arte medieval, lógica simbólica, antropología o psicoanálisis. También, invariablemente usaba las gafas de sol y los pantalones pitillo más cool de la Historia de nuestra Literatura.Sí, mientras hojeaba la magnífica selección de poemas Canción del distraído, del ibicenco Vicente Valero, recién editada por Vaso Roto, por esas perversas asociaciones que conlleva tener la cabeza en red, he recordado la historia de Ferrater. Concretamente, cuando mi vista cayó sobre estos versos: La espera es un extenso mediodía/ donde no vemos nada, a nadie. La mayoría esperamos algo, pero si miramos bien no vemos nada ni a nadie. Ferrater no esperaba nada, por eso veía su final, el final que él mismo diseñó, lo que le da a sus días un aire de obra en la que con fecha límite de entrega trabaja un artista.
El caso: continuo leyendo a Vicente Valero.