Casi vacío
Gonzalo Torné
Curiosa condición la del arte contemporáneo. Pasan meses, a veces incluso años, de relativa indiferencia, para ponerse de repente en el primer plano de la polémica, de manera tan breve como virulenta. Parece como si durante estos periodos aparentemente plácidos se fueran acumulando el desconcierto o la incomprensión que terminan por afluir de golpe por la ranura de una obra concreta, cuyo potencial polémico era muy complicado calcular de antemano.Me refiero, por supuesto, a la obra del artista conceptual Wilfredo Prieto, expuesta en ARCO, titulada Vaso medio lleno, y que el lector podrá ver, si le apetece, desde cientos de ángulos, en cualquier buscador. En la Red ha bajado una auténtica riada (bien crecida) de comentarios, que iban desde la indignación a la burla, pasando por casi todas las emociones del espectro depreciativo, a las que habría que añadir las defensas a contracorriente de la obra o del arte "moderno" en general.
Sin duda en ambientes especializados el debate habrá sido más matizado, pero en redes sociales los argumentos preponderantes han sido dos: el socorrido "esto lo hace un niño de cuatro años", y el gesto de escándalo ante el precio de la obra (que si no me equivoco eran veinte mil euros).
El primero de estos argumentos es un clásico que lleva tanto en circulación que parece imbatible. En el mejor de los casos presupone una nostalgia de la técnica y una cerrada defensa del esfuerzo. Lo que se critica es la "sensación de facilidad" que hay en la idea del vaso o en unos trazos de Miró, da igual. Cuando precisamente el "valor" radica primordialmente en la originalidad y la viveza de la idea.
En varios tuits y estados de Facebook he leído que "arte es lo que el artista diga que es arte". Pero se trata de un argumento impreciso, arte es más bien lo que la comunidad artística reconozca como tal. Hundidas las academias, desestructurado cualquier criterio objetivo con el que "medir" y "tasar" (uno diría que por fortuna), el valor artístico de una obra, este todavía puede modularse con un discurso crítico, cuya fuerza está basada en la capacidad de persuasión. Y para nada se trata de un situación exclusiva del arte contemporáneo, es exactamente igual para los novelistas o los cineastas.
Lo sorprendente es que se combine el argumento que lamenta la ausencia de un criterio objetivo, lo que propicia que "sea arte cualquier cosa que digamos que es arte", con la crítica escandalizada a otra manera de dar valor, esta sí concreta y fácil de calcular: el precio. Y digo que es sorprendente porque tantos medios reducen las noticias sobre arte (y no solo plástico) a las ventas y al precio, desplazando la discusión crítica y viva, que sería perfectamente capaz de construir una constelación y una jerarquía de valor (insegura y cambiante como siempre que se trata de gusto) ajena al precio.
Vamos, que si algunos periodistas culturales se preguntasen en serio cómo ha logrado el mercado imponer la identificación entre "precio" y "valor" quizás descubrirían que ellos mismos hace tiempo que se ataron voluntariamente las manos.