Gonzalo Torné

Los que escribimos sobre el asunto tendemos a hablar de la Red en singular como si sólo existiese una. En parte lo hacemos por comodidad, y tampoco es algo que atente contra el sentido común: al fin y al cabo en todos los países Internet comparte el mismo sustentáculo físico e innumerables rasgos y hábitos de navegación. Sin embargo, existen leven diferencias, más visibles quizás entre continentes que entre naciones.



Una variable sería la intensidad de uso, que curiosamente no está tan relacionada con la prosperidad del país como cabría esperar. A la cabeza de la "adicción" estarían Taiwán y Tailandia, cuyos ciudadanos pasan una media de doce horas al día conectados. España ocupa un destacable tercer puesto por delante de Hungría, Polonia y China. A la cola encontramos a Tajikistan, Guinea Ecuatorial, Níger...



Otro factor diferencial son las páginas más visitadas en cada área del planeta. En Europa y Estados Unidos suele predominar Facebook, con periodos en los que impera Google. En China la página más visitada es un buscador de contenidos local, Baidu, que también se impone en Corea del Norte. En Japón, Yahoo! lleva ventaja a sus competidores. En el populoso mercado ruso encontramos en cabeza a otro motor de búsqueda: Yandex. En Palestina y en Bielorusia se rompe esta aparente hegemonía de buscadores: los internautas prefieren un periódico, el Al-Watan Voice, y una red social, VK.



Indiscutiblemente las diferencias más relevantes vienen propiciadas por las censuras y las trabas que pone cada gobierno y que son muy variadas. En Siria han optado por el espionaje masivo (una alternativa a la censura que también es la estrategia predilecta de Irán), en Vietnam todas las páginas "rinden cuentas" al partido que gobierna. En China se vetan intermitentemente Facebook, YouTube y Twitter, mientras que en Bahrein el gobierno ha optado por el sabotaje directo. Existe cierta controversia en el caso de Cuba: en Estados Unidos consideran que la censura está allí como Pedro por su casa, mientras que en la isla denuncian que es su vecino quien les dificulta el acceso a las redes globales. En Australia el gobierno tiene la prerrogativa de cerrar cualquier página sin apenas papeleo.



Por supuesto que estamos a favor de la libertad de expresión, pero como es desalentadoramente ingenuo imaginar un país donde no existan acuerdos previos sobre lo que se puede decir y lo que no (en Occidente están perseguidas las páginas que incitan a la pedofilia y las de apología del terrorismo), quizás convendría estudiar con detalle los sistemas que los buscadores emplean para ordenar las noticias (que además de un filtro no deja de ser una suerte de censura por invasión: al relegar tantos contenidos a los estratos inferiores de los listados donde se vuelven casi invisibles). No vaya a ser que en los países donde se interfiere la libre circulación de contenidos sean los mismos que han perdido el control sobre la prioridad de los contenidos. O dicho de otro modo: quizás podamos reconocer en los censores a los derrotados de la "topos-maquia" virtual.

Mutaciones





"Estamos al borde de una mutación evolutiva. Se contempla como algo análogo al lento avance de la humanidad desde el caldo primigenio de la creación. Pronto pasearemos por las dunas del mañana". Con un estilo algo más colorido del habitual y con las reservas que nos suscita hoy la palabra "mutación", el párrafo anuncia otro cambio más de paradigma. ¿A qué se referirá esta vez el autor? ¿Al libro electrónico? ¿A los mapas digitales? ¿Al googleo? Si no fuera una cosa poco seria lo dejaría como adivinanza para la semana que viene. Resolvamos el caso: el texto es de principios de los ochenta y se refiere a los primitivos videojuegos que si hay que hacerle caso a Martin Amis (en su estupendo La invasión de los marcianitos, que acaba de publicar Malpaso) iban a provocar un profundo cambio cognitivo. Treinta años después a la vista está en lo que quedó el cambio. Que el lector extraiga la moraleja.