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Opinión

Personas importantes

13 noviembre, 2015 01:00

Gonzalo Torné

Hace unas dos semanas tuve la oportunidad de ver un reportaje sobre los influencers. En esta ocasión no se trata de un tribu urbana, sino del nombre que reciben las personas capaces de persuadir a otras de lo que deberían pensar sobre un asunto o qué deberían comprar y en qué tienda. Y como delata la chapucera complexión anglosajona del término se aplica fundamentalmente al mundo digital.

El influencer digital no es un hombre o una mujer con un cargo poderoso (un secretario de estado o el consejero de una gran corporación) ni tampoco alguien que cuente con el altavoz de un periódico o de un programa de televisión. Los influencer parten de una cuenta en alguna de las múltiples redes sociales, y en muchas ocasiones son "personas de la calle" o profesionales hasta el momento anónimos más allá de su sector.

Rosaura Ochoa los define así: "Son profesionales ligados a nuestra área de actividad con gran notoriedad en las redes. Por el número de seguidores, interacciones, shares y retuits, los influencers se han convertido en los principales encargados de dar impulso a los recién llegados a las redes sociales". Y añade otro factor distintivo: para las empresas resulta muy rentable tenerlos de su lado: "salvando las exageraciones pueden convertir en oro todo lo que tocan (citan y comparten)". Al influencer también se le presupone creatividad (para que sus mensajes destaquen entre la masa) y la capacidad de convertirse en canales de noticias especializados.

Uno de los influencer que aparecía en el reportaje disfrutaba de una cuenta muy visitada en YouTube. La presentaron como una mujer que subía regularmente videos dónde comentaba las compras de la semana, y otros de carácter "temático" donde por lo visto daba cuenta de los productos o prendas de la misma clase que acumulaba en casa. Tras escuchar la presentación del programa y el perfil que se sugería para los influencers esperaba que la mujer hiciese compras en tiendas con encanto, que comprase productos muy selectos o que tuviese una colección imponente de zapatos, libros o bolsos para sus videos "temáticos".

La sorpresa fue verla acudiendo a un supermercado humildísimo en busca de productos de uso cotidiano, con especial atención a los ofertas, cuyo precio y virtudes iba después comentado delante de la cámara de su móvil. A lo que aquella mujer se dedicaba (por lo visto con gran éxito, algunos de sus videos han sido vistos por ochenta mil personas) era a registrar y compartir "las compras de la semana", compras corrientes.

El asunto da para muchas interpretaciones pero hay una que me parece más importante que la figura del influencer y es el indicio de que una buena parte del éxito de las redes sociales radica en la posibilidad de que el usuario, a través de su perfil, pueda darle carta pública a actividades cotidianas y anodinas. Y se me antoja que aquí desempeña un papel muy reducido el cacareado exhibicionismo, y que tiene muchísima más relevancia satisfacer la humana necesidad de sentirnos importantes, o para ser más precisos: afianzar que importa lo que lo que hacemos a diario.

@IAjena

En secuencia

No sé si es algo bien conocido pero hasta hace relativamente bien poco no sabía que la limitación de 140 caracteres en Twitter venía determinada porque era la cantidad máxima de espacios que admitía un SMS en USA. Para los más parlanchines esta limitación puede llegar a ser una tortura, para otros la obligada concisión es la gracia de la Red Social, en cualquier caso la restricción viene compensada por la posibilidad de publicar tuits a diario casi de manera ilimitada. Hace poco saltó a la prensa el caso de Miquel del Pozo, un arquitecto que bajo el hashtag #MA140 ofrece todos los domingos a las 22 horas "conferencias" sobre distintos aspectos de la historia del arte. El truco para desbordar la limitación consiste en una ingeniosa concatenación de tuits que pueden leerse en secuencia. Lo curiosos es que, según ha declarado el propio del Pozo, él mismo se impone un tope que va de 15 a 20 tuits por asunto, una clara demostración de la importancia (incluso para la creación) de la mesura, de ponerse límites.