Eloy Tizón
Veo el documental Janis de Amy Berg. No conocía detalles de la biografía de esta cantante y su trayectoria me conmueve: la niña de Kansas que es un patito feo del que todos se burlan en la escuela, cuya voracidad de amor y reconocimiento la llevan a arder en los escenarios con una corona de flores en el pelo. Fuerza y fragilidad, carisma y baja autoestima, verano del amor y drogas, todo pasa por su garganta de oro y harapos, macerada en blues y psicodelia. No se inyecta heroína para subir al escenario, sino para bajar del escenario. Para soportar los tiempos muertos de la vida cotidiana, la cola del supermercado, la cama individual del hotel, la estúpida mueca de los armarios y la resaca que provoca estar sobrio.Aunque son mujeres artistas muy diferentes, tiene algo que ver con Amy Winehouse. Ambas fueron sacrificadas en el altar de los medios de comunicación de masas. Aquello que anhelaban es lo mismo que las devora. A Janis Joplin se le fue la mano una de esas noches lisérgicas de hotel, después de desengacharse, por probar un último chute, total qué importa, si nadie iba a enterarse. A la mañana siguiente el amigo que la encontró tuvo la sensación de entrar en un cuarto vacío. "Vi el cuerpo de Janis tirado junto a la cama y seguí teniendo la sensación de estar en un cuarto vacío", declara. Ahí acaba todo: las giras, las risas, los llantos, los excesos, el festival de Woodstock, los sueños de cambiar el mundo, las cartas de ida y vuelta a la familia e incluso un reencuentro (¿para qué?), cuando ya era un mito, con antiguos alumnos de Port Arthur, los mismos que antes la habían despreciado por rara. Tenía 27 años, la edad maldita de los mártires del rock. Dejaba un rosario de canciones impresionantes, el fracaso del éxito y una ternura feroz. Lo clavó Leonard Cohen desde el hotel Chelsea: "Éramos feos pero teníamos la música".