Arcadi Espada

Todo es falso en internet mientras no se demuestre lo contrario. Esta fue mi consigna desde que di los primeros y deslumbrados pasos digitales. A la red no puede aplicársele el principio de inocencia. Cuestión de naturaleza. Ahora, the trump after, Google y Facebook, han anunciado su intención de restringir el tráfico de mentiras. Vano intento. Para que eso sucediera esas empresas, y otras como Twitter, habrían de renunciar a ser el doble escrito, hablado y filmado del mundo real. Pretender que la conversación inmensa que organizan y distribuyen cumpla con determinadas condiciones de veracidad, limpieza y elegancia es irreal: imaginemos que se exigiera lo mismo a las conversaciones telefónicas o a las barras de los bares. El propósito es tan ingenuo y disparatado como el de cambiar la naturaleza humana a fuerza de decretos. Lo que debe cambiar, y radicalmente, no es la naturaleza de las redes, sino el tratamiento que recibe la conversación digital, inevitablemente promiscua y caótica respecto de la verdad y la mentira, por parte de aquellos que deberían hacer honor al estándar de Iso moral que ostentan.



Hablo de los periódicos, por supuesto. Ha sido enternecedor ver cómo el New York Times se ha esforzado una y otra vez en desmentir que Obama hubiera nacido en Kenia o que el Papa Francisco hubiese apoyado a Trump. El Times desmentía eso para gente que nunca creyó en esas paparruchas. Pero su misma reacción, el hecho de que existiera respuesta, ennoblecía la mentira y la hacía de pronto menos inverosímil. Y encarrilaba la venganza de Trump sobre el periódico: "El Times ha fracasado". Ni Facebook ni Twitter ni Google están hechos para la verdad. Para la circulación y establecimiento de la verdad la sociedad ilustrada ideó unos artefactos a los que llamó periódicos. Durante muchos años aplicaron una máxima de estilo ético: jamás desmentían las falsedades que hubiera dicho la competencia. Ahora, perdido el norte y hasta el sur, se pasan media vida desmintiendo las mentiras de los incompetentes.