Image: Equis

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Opinión

Equis

3 marzo, 2017 01:00

Eloy Tizón

En una fiesta me presentan al escritor Equis, quien me cuenta con un detalle exhaustivo toda la historia de sus libros. Publicó una novela en un sello importante, el editor le dijo entusiasmado que allí tenía su casa, pero luego, al ver los pobres resultados comerciales, se echó atrás y ya no le publica. En cada libro ha saltado de una editorial a otra, sin apenas repercusión. Su primera crítica fue negativa, lo cual lastró todo el libro y no levantó cabeza. Organizó una presentación y no fue nadie. Lo cuenta con objetividad, su tono no es amargado, pero mientras Equis habla resulta imposible no pensar en Llewyn Davis de los hermanos Coen, o cómo el reconocimiento artístico consiste en un cóctel endiablado, al margen de la calidad intrínseca de la obra, imposible de controlar, de carisma, voluntad comunicativa, azar, red de apoyo, pura suerte... Mil circunstancias, que no siempre están al alcance de una misma persona. De hecho, se dan en escasas ocasiones.

Tomemos a dos escritores cualesquiera, de análogo mérito. Mientras uno triunfa, cosecha aplausos y recoge distinciones, el otro se va quedando mustio y bloqueado, allá atrás, al fondo del mostrador, rumiando su soledad y desconsuelo. ¿Es justo? No, desde luego. ¿Tiene remedio? Muy poco, dado que una vez que el oráculo lanza su veredicto, se pone en marcha un mecanismo de fatalidades difícil de contrarrestar.

¿Por qué uno sí y otro no? Ah, no se sabe. A veces la llamada posteridad corrige estos desajustes y otorga una segunda oportunidad, aunque es raro que suceda. El reconocimiento no es lógico ni equitativo. Es un niño enigmático y cruel. A mí estos casos me fascinan. Creo que enseñan mucho sobre cómo funciona el mundo (el literario y el de verdad) y cómo funciona el propio cuerpo a la hora de construirse (o deshacerse de) una identidad y relacionarnos con nuestros semejantes. Suerte, Equis.