Image: El momento de la jubilación

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Opinión

El momento de la jubilación

21 abril, 2017 02:00

Gonzalo Torné

Hace tiempo que no asoman por estas páginas los profetas del digital. No se crean que andan avergonzados por el mundo, saboreando los beneficios de un silencio purificador, nada de eso. Si investigamos un poco seguro que encontramos alguno soltando la matraca con la inolvidable mezcla de adventismo y coacción que les caracteriza. Vean: "Los profesionales del mundo del libro deberán complementar con un mayor dinamismo sus actuales políticas de precio fijo para incentivar la demanda y el consumo cultural" o lo que viene a ser lo mismo: "pierda usted beneficio pero haga el favor de colocar lo mío"; "Las librerías físicas deberán apostar por las nuevas tecnologías para asegurar su papel en la era digital" o lo que viene a ser lo mismo: "deje de vender las manzanas con las que ahora se gana la vida, frutero, y coloque mis salchichas"; y aquí mi favorita: "La consolidación de los mercados nacionales de edición de los principales países iberoamericanos surgirá de la apuesta firme por la edición digital". Que tomen buena nota mexicanos y argentinos: la estimulante viveza de su edición es puro espejismo, un amasijo por "consolidar".

Como puede apreciarse los profetas siguen a lo suyo, y si no aparecen tanto por los medios es porque provocan un apuro parecido al de esos paracaidistas japoneses que irrumpen periódicamente en medio de alguna selva de bambúes convencidos de que la guerra no ha terminado.

Pues bien, hará cosa de un mes reaparecieron contra pronóstico los profetas del digital con un nuevo gadget: el audiolibro. El audiolibro no tiene nada de nuevo, pero es cierto que gracias a la Red se ha vuelto más accesible que hace treinta años. Personalmente no tengo nada contra el audiolibro (como tampoco lo tengo contra el libro electrónico) y me dejo convencer de que además de los empleos evidentes (ciegos, enfermos, trabajadores manuales...) tiene otras ventajas que se me escapan (me dicen que también es utilísimo para afianzar un idioma extranjero).

Lo asombroso es que en el intento de recuperar el audiolibro los periodistas recurran a unos profetas del digital que siguen embarrados en la retórica de "sustitución del papel" y que han ideado el siguiente argumento de venta: "el audiolibro permite hacer otras cosas al mismo tiempo que leemos porque, a diferencia del libro de papel, deja las manos libres".

Saboreemos durante unos segundos la sublime tontería.

En primer lugar, qué pesadez el prestigio de la "multitarea", será de lo más útil cuando uno aborda actividades sin excesivo interés o que no exigen dedicación, pero cuando se hace cualquier cosa que implica concentración o que nos resulta muy placentera, menuda lata tener que enfrascarse de manera simultanea en otras cosas. Y en segundo lugar, nada más falso que al leer solo se haga una cosa (absorber una historia mediante un movimiento mecánico de los ojos) se recuerda, se imagina, se piensa, se integra, se amplía la propia conciencia, se realizan cálculos morales... La gracia de la lectura es que involucra toda una serie de complejas actividades mentales a las que entregamos (gozosos) toda nuestra atención.

Ruego encarecidamente que si insisten en competir con el papel jubilen a la actual generación de profetas y pongan a gente que tenga una noción aproximada de lo que supone leer.

@gonzalotorne

Partido sin espectadores

La compra de Ediciones B por parte de Penguin Random House ha desatado en las Redes la previsible oleada de comentarios y lamentos sobre la así llamada concentración editorial. Me sorprende uno de los esquemas retóricos desde el que se ha relatado este lance empresarial: como si se tratase de un partido de fútbol entre Planeta y Penguin Random House, donde el vencedor fuese quien más sellos abarcase, quien más títulos publicase o quien exhibiera a fin de año una mayor facturación. Y no digo que esta competición no tenga su interés para las páginas de economía, igual sí, pero ¿entre las "gentes de cultura"? Quizás sea un rechazo personal porque cuando compro un libro el sello apenas me interesa por las comodidades de lectura que me ofrece (tipografía, traducción, calidad de papel…), y el resto se lo anoto al mérito o demerito de quien lo escribió... pero ¿se puede sostener la metáfora de una "competición deportiva" cuando no hay hinchas ni tifosi, cuando nadie sigue el desenlace del partido, ni hay fecha para la final ni trofeo?