Image: Extraño taller literario

Image: Extraño taller literario

Opinión

Extraño taller literario

12 mayo, 2017 02:00

Agustín Fernández Mallo

Uno de los cometidos de las ficciones es producir en el lector o espectador evasiones sin perjuicios. En las novelas, las más variadas situaciones cursis, bochornosas o ridículas, nos proporcionan placer. También las que recrean agresiones y crueldad, que son disfrutadas sin que por ello seamos sometidos a juicio legal o moral (si acaso juicio estético si la ficción es mala). Es la sustancial diferencia entre disfrutar viendo El coloso en llamas y disfrutar prendiendo fuego a un edificio lo que garantiza la separación de la ética y la estética cuando a las obras nos referimos. La ficción nos permite ser cualesquiera otros sin dejar de ser nosotros mismos.

Pero igualmente válida parece la teoría opuesta: es en la ficción donde se manifiesta cómo somos. Películas de corrupción moral, videojuegos de violencia física o libros de historias que en la "vida real" nos harían sonrojar, no son lugares a los que acudamos para ser otros sino para hacer emerger lo que realmente somos. En la así llamada vida cotidiana, y mediante las convenciones sociales, tenemos inhibidas apetencias motivo de vergüenza moral o estética, y es en el libre goce de las ficciones donde surge nuestro yo, lo que realmente desearíamos ser. Algo así como en el refrán, "el borracho, desinhibido, siempre dice la verdad".

Ambas posturas, aunque irreconciliables, parecen convivir sin demasiados problemas. El conflicto aparece cuando alguien las mezcla y confunde. Los resultados suelen resultar grotescos, cuando no temibles. Tal confusión resulta ser una extrañísima clase de ficción llamada posverdad, practicada tanto por respetados medios de comunicación como por extravagantes líderes mundiales. Catastróficos talleres literarios que en directo dan lugar a ficciones, con sus puestas en práctica y materializaciones reales que -y ésta es la novedad- no dejan de ser ficciones.

@FdezMallo