Arcadi Espada

Desde la irrupción de Google, la cita literaria ha perdido su prestigio. Citar hoy es casi hortera y mucho más si el escritor no se toma la molestia de comprobar si lo que cita está digitalmente accesible. La razón fundamental del desprestigio parece obvia. Más allá de las cuatro citas tópicas, repetidas como refranes en cada cultura, citar significaba haber leído: la cita y lo que estaba a su alrededor. La cita exhibía lecturas y también buena memoria, lo que se asociaba con una lectura consolidada y profunda. Aunque esto último no es infalible: más que a una modalidad rigurosa de la lectura, la buena memoria parece vincularse a la particularidad cerebral del memorioso. El desprestigio, digamos social, de la cita está justificado. Pero no hay razón desde el lado escueto del conocimiento.



Cuando se repite el lema de que internet ha facilitado el acceso al conocimiento se están diciendo muchas cosas a la vez. Y una de las que se dice es que se puede llegar al conocimiento sin haber recorrido el camino. La cita solo es una anécdota iluminadora de una circunstancia más vasta y compleja. Hoy se puede conocer al margen del libro, es decir, del discurso envolvente y acabado sobre un concepto o un hecho: se conoce a partir de fragmentos, de destellos, de pequeñas explosiones controladas de conocimiento. Y se puede llegar al núcleo de mil conocimientos sin recorrer en espiral las periferias. Nada de ello es estrictamente nuevo y también podía hacerse en la civilización analógica. Lo que ha cambiado es la rapidez de acceso. Internet no será aún, ni tal vez lo sea nunca, la biblioteca universal borgiana. Pero es una inmensa y casi inconcebible enciclopedia universal que tiene una característica prodigiosa: cada una de las palabras escritas son también entradas de la propia enciclopedia. En estas condiciones el reproche reaccionario de distinguir entre conocimiento y sabiduría exhala el habitual olor a patchouli de las cosas muy místicas.



@arcadi_espada