Luna Miguel

Cuando publiqué mi primera columna en La Voz de Almería, a los 17 años, compartí el texto en mi blog. Recuerdo el primer comentario que recibí, que borré y que intenté eliminar de mi mente: "¿A quién se la has chupado para estar ahí?". Lo que entonces asumía como un logro, lo que se había convertido en mi primer "trabajo", se vio ensombrecido por la cobardía de quien al otro lado de la pantalla quería callarme.



Casi un año después, a los 18, empecé a opinar en Público. Fue Peio Riaño, editor de Cultura, quien me invitó a escribir algo irreverente en forma de columna, después de hacer la prueba para ser becaria en su sección. La prueba no la pasé por cuestiones de créditos, pero la columna fue mía. Tan mía y tan poco mía, que cuando me enseñaron la plantilla donde irían mis textos, el director del medio de entonces añadió bajo mi nombre "18 años y tan fresca". No me gustó esa manera de referirse a mí. Tampoco supe quejarme. ¿Quién era yo para denunciar tal infantilización de mi firma? ¿No acababan ellos de darme un lugar privilegiado?



En 2012 Público acabó, pero yo seguí opinando en S Moda. Alguien me dijo que por fin tenía mi lugar, que lo que a mí se me iba a dar bien era estar en una revista solo para mujeres. Como si un medio femenino fuera algo menor. Como si de sociedad, cultura o moda no se pudiera escribir con compromiso.



Ahora voy a cumplir los 27, soy editora en PlayGround, y hace un año que estoy aquí, en este espacio en el que me editan y me aconsejan dos mujeres a las que admiro. Cuando escribí mi primera columna para El Cultural, otro "sin rostro" volvió a preguntarme que a quién se la habría chupado. Primero pensé que qué triste, que en 10 años nada había cambiado. Luego me calmé. Me reí. Supe que los que no habían cambiado eran aquellos que no soportan que las mujeres hablen. Pero cuidado, amigos, porque no nos vais a silenciar.