Image: Ampliación ingobernable del club

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Opinión

Ampliación ingobernable del club

8 diciembre, 2017 01:00

Gonzalo Torné

Qué extraña es la libertad de expresión. En un sentido casi abstracto podríamos ponernos de acuerdo en tres asuntos: que todo el mundo tiene el "derecho" a decir lo que piensa, que el "respeto" a la emisión no implica el "respeto" al contenido (que se puede criticar, burlar, apostillar, rebatir o ignorar; nadie tiene "derecho" a que le escuchen en todo momento) y que es imprescindible procurarse unos límites o unos anticuerpos que nos impidan morir de tanta libertad.

El segundo asunto lleva provocando confusiones desde que se instauró la libertad de expresión: todos conocemos a personas que tratan de prolongar esa libertad en una demanda de reconocimiento, cuando no en un intento de blindar así su "opinión" para impedir verse rebatidos mediante argumentos o desautorizados por los datos contrastables. Se trata de una confusión habitual, molesta, pero que puede reconducirse con cierta facilidad.

La mayor parte de los problemas actuales con la libertad de expresión derivan del tercer asunto, en el que no parece tan sencillo alcanzar un consenso sereno. Parece asumible que la "libertad de expresión" no puede desprotegernos ante la difamación o las falsas acusaciones; podemos simpatizar con que se tipifiquen como "delitos de odio" afirmaciones pensadas para herir o provocar la violencia contra colectivos (sobre todo si son desfavorecidos o minoritarios); y, tras pensarlo dos veces, podemos aceptar que las democracias protejan el espacio público de ideas que van en contra de sus principios fundamentales: que no se permita enaltecer el nazismo o que se presente a las elecciones un partido que considere la pederastia como una pedagogía.

Son contramedidas cuya aplicación provocará siempre roces, no solo por el posible mal empleo, sino porque para algunos demócratas la auténtica prueba de que uno cree en la libertad de expresión pasa por defender la libre emisión de ideas contra las que luchará después con todas sus fuerzas.

Estas tensiones afloran ahora mismo en las redes, pero creo que la auténtica revolución digital en "materia de libertad de expresión" (y que está en la base de los actuales desajustes) es la multiplicación de posiciones desde las que se puede ejercer tal expresión. Hace veinte años, si exceptuamos las esquinas de las plazas públicas y las cartas al director (con aquel irresistible aspecto de estar trucadas), la "opinión publica" estaba manejada por un club de personas que quizás no se conocían todas entre sí, pero que entendían las reglas del juego. Sabían cuando acelerar y cuando frenarse, qué repercusión tenía una idea expresada en una portada, en una noticia o en un breve. El selecto club se ha transformado en una marea virtual muy complicada de controlar.

Dada la inevitable labilidad de los límites que le imponemos a la libertad de expresión parecería muy conveniente que las autoridades manejasen bien el sentido de la proporcionalidad (estudiar bien cuál es la capacidad de influencia y de propagación de las opiniones de cada cuál). Pues si de lo que se trata es de dar palos más o menos de ciego, además de castigar al difamador o al incitador al odio, estarían amedrentando el ejercicio de la libertad de expresión. Y es mucho mejor para la salud de la democracia tener un montón de pelmas convencidos de que merecen ser escuchados que miles de ciudadanos temerosos de expresarse.

Pesos

Quizás ustedes nunca se han preguntado cuanto pesa una nube. Pues bien, muchísimo. Una nube negra de tormenta puede llegar a pesar las toneladas equivalentes a doscientos mil elefantes. Si las nubes flotan es porque su peso está distribuido en pequeñas gotas de aguas y cristales de hielo. ¿Y cuánto pesa nuestra nube digital? Las cifras cambian a diario, pero las últimas mediciones apuntan a que unos mil millones de páginas web, cinco millones de terabytes, cinco billones de libros, "más palabras que las que la humanidad ha pronunciado nunca", nos dicen. Por las nubes no merece la pena sufrir, si algo hay de sobra en el espacio es espacio, pero ¿hasta cuanto más puede crecer internet? De momento no he encontrado una respuesta creíble a la pregunta, pero por el peso no hay que preocuparse. Russell Seitz dedicó mucho tiempo a estudiar el de los electrones de todos los terabytes en juego. En 2007 los cálculos arrojaban la cifra de sesenta gramos. A estas alturas, con el crecimiento exponencial, seguro que pesa ya como una manzana, eso sí, de las grandes.