Gonzalo Torné
Cuesta negar que la Red ha supuesto una expansión democrática de la opinión. Se han multiplicado las posiciones desde donde es posible emitirla, y pese a los intentos de mitigar sus efectos: "son una turba", "son una jauría", "no les escucha nadie"… Lo cierto es que dada la tendencia humana a responder (y el hábito asombroso de los redactores a buscarse por la Red, a ver qué han dicho de ellos) si un internauta es hábil se produce cierto intercambio o flujo de ideas. Sobre todo si contrastamos esta época con aquella en la que el lector apenas podía expresarse en la incómoda rendija de "las cartas al director".Dos ejemplos de que se produce cierta escucha (llamarle diálogo ya sería un abuso): que algunos de los usuarios de redes dan el "salto" a medios remunerados, que ya se toman Twitter o Facebook como una cantera; y que se esgrimen patochadas como la "postcensura" para lamentar aquellos tiempos en los que se podía graznar en público sin réplica, es decir, sin responsabilizarse de lo dicho.
Si bien todas las expansiones de la opinión son en principio democráticas no siempre redundan en un incremento de su calidad. Pienso, por ejemplo, en los referéndums. A bote pronto parece la apoteosis de la democracia: resolver un tema preguntando al pueblo (en su totalidad y conjunto), un hombre un voto. Pero al margen de los resultados supone un fracaso de la democracia representativa: ese sofisticado acierto por el que a los ciudadanos se nos convoca a refrendar una gestión y a decidir sus líneas maestras cada cierto tiempo, pero que nos alivia de estar al corriente de los pormenores de un espectro amplísimo de temas. Tan caudaloso que es imposible abarcarlos. Si se suprimiese la representatividad se nos obligaría a votar desde la intuición oscura del sentimiento, por no decir desde la ignorancia.
Tras darle muchas vueltas pienso que los comentarios que se abren tras los artículos suponen otro caso de ampliación formal de la democracia que conlleva una pérdida de calidad. Mi impresión es que son escritos como una suerte de reacción espasmódica, redactados mentalmente a medio artículo, sin atender a los matices (que es donde está siempre el jugo), tratando de simplificar los argumentos del texto para que responda sin fisuras a una de las polaridades confrontadas. Quien actúa así se falta al respeto a sí mismo al revelarse incapaz de tomarse su tiempo para absorber el texto y contrastarlo con sus propias posiciones. Por no decir que distorsiona (con textos que equivalen a grititos) la lectura de terceros, y se degrada la única justificación civil del columnismo: el debate público.
El asunto tiene mala solución (como siempre que involucramos el criterio) pero creo que mejoraría si abriésemos para cada artículo un espacio donde se publicasen las respuestas articuladas de quien quisiera responder. No menos de dos o tres párrafos, con alguna aportación al asunto e invitando a nuevas respuestas. Y con el compromiso del articulista de pasarse cada cierto tiempo a comentar, responsabilizándose así de lo escrito.
Al fin y al cabo, si existiese algo así como la calidad democrática de la música tendría relación con el fácil acceso a su enseñanza y a los espectáculos, y no tener que soportar a los vecinos de platea desgañitándose a bises improvisados después de cada "ejecución" de los profesionales.
@gonzalotorne